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Un tipo rojo en mi jardín



Mañana de domingo, los primeros rayos del sol penetran por la ventana, alargo el brazo para despertar a mi mujer y al palpar las sábanas arrugadas recuerdo que se marchó temprano para recoger a unos familiares en el aeropuerto. Me levanto y arrastro mis pies descalzos hasta la cocina con la intención de prepararme un café bien cargadito. Un fuerte crujir de ramas en el jardín me sobresalta cuando estoy poniendo el café en el filtro y desparramo por el suelo la última dosis de mi jamaicano preferido.

Mal comienza el día. Salgo en calzoncillos al jardín para ver qué coño pasa y, bajo mis moreras recién plantadas, veo a un tipo de color rojo tirado sobre el césped. Lo primero que pienso es en mis moreras, el cabronazo me las ha partido las dos, con la sudada que me pegué para plantarlas y ahora tendré que hacer doble faena. Lo segundo que pienso es en el tipo rojo, ¡¡Joder!! ¿Qué hará un tío de color rojo y desnudo en mi jardín un domingo por la mañana?

Me arrimo y le doy unas pataditas para ver si reacciona, parece que duerme plácidamente e incluso se pone a roncar estrepitosamente. Bastante mosqueado por la invasión de mi terreno y por mis arbolitos destrozados, agarro la manguera y le doy un buen baño de agua fresca. Cuando cae el agua sobre él comienza a desprender una gran humareda y suena igual que cuando se mojan brasas incandescentes. Me quedo allí un rato mirando un tanto atontado y pensando quien carajo será el Hell boy de los huevos.

Cuando me dispongo a dar media vuelta para entrar en casa y telefonear a la policía, el tipo parece despertar de su letargo. Lentamente se levanta un tanto aturdido y mira a su alrededor. Yo me encuentro a escasos metros de él y cuando se levanta observo que es bastante más grande que yo en todos los sentidos, me saca un par de palmos de estatura y otro par de palmos en el rabo delantero ¡Si,sii!! Porque detrás tiene otro rabo largo como una culebra y acabado en punta de flecha.

-¿Qué pasa tío? Me dice mientras bosteza y se rasca la entrepierna.

-¿Quién coño eres tú y de dónde has salido? Le pregunto dando un par de pasos hacia atrás.

Vuelve a mirar alrededor suyo y luego mira hacia el cielo y más tarde, poniendo cara de resignación me dice.

-Vaya, siento lo de tus arbolitos… de todos modos se te iban a morir este invierno, creo que no tienes ni puñetera idea de jardinería. Respondiendo a tu pregunta, me conocen de muchas maneras, pero puedes llamarme Angel.

-¿Angel? Pues yo diría que más bien te pareces al demonio. Le pregunto retrocediendo otro par de pasos.

-Ah.. si.. algunos también me llaman de esa manera, de todos modos cada uno me ve como me imagina, hay mucha gente que me ve todavía como un ángel y otros como tú, me ven de esa forma estúpida en la que a algún desgraciado se le ocurrió dibujarme una vez… bueno, por lo menos has desechado los cuernos y las patas de carnero.

-¿Y se puede saber cómo has venido a parar a mi jardín? Le pregunto.

-Pues verás… es bastante sencillo de comprender. Hace unos meses, el altísimo, un tanto harto de que sus blancas almas cayeran por descuido desde el cielo, decidió cambiarnos de lugar. Instaló el paraíso donde antes estaba el infierno y nos dejó todo el cielo diáfano a nosotros, los pecadores confesos. Fue toda una cabronada, porque no hay quien viva allá arriba. Siempre tienes que andar mirando por donde pisas para no caer. Y ya ves, anoche tuvimos una pequeña fiesta que como es normal entre nosotros, acabó en orgía desenfrenada y al ratito ya estábamos todos borrachos como cubas… supongo que caí en algún momento medio inconsciente por el alcohol.

-¿Estarás de coña, no? Le pregunto con cara de incredulidad.

-Pues no, además tendré que esperar aquí hasta que bajen a recogerme y pueden pasar incluso días cuando despierten todos de la bacanal y se den cuenta de que he caído. Tendremos que adecentar un poquito esto si tengo que esperar aquí… la verdad, tienes una casa un poquito sosa.

-¿Se puede saber que le pasa a mi casa para que la encuentres sosa? Le contesto.

- Pssss… Me dice mientras le da otro vistazo general a todo el jardín. Y dando unos chasquidos con los dedos comienzan a aparecer por arte de magia decenas de mujeres en bikini, los beach boys cantando en un pequeño escenario, un pequeño parque acuático junto a la piscina, un bar de cockteles como los de las playas jamaicanas, una zona para hacerse masajes thailandeses, otra zona donde varias mujeres practican la lucha en el barro, un concurso de miss camisetas mojadas… en fin, con cuatro chasquidos de sus dedos mi triste y anodina casa se convierte en la casa del play boy.

-¿Ahora ya está algo mejor, no crees? Me pregunta alzando la voz entre la música.

-¡¡Pues la verdad es que tenias razón¡¡ Le contesto mientras varias mujeres me llevan en volandas hacia la piscina.

Casi sin darme cuenta me dejo llevar por el momento y tras dar el premio a miss camiseta mojada, probar varios cockteles en el bar jamaicano, perseguir a varias mujeres por el parque acuático y bailar un buen rato al ritmo de los beach boys, acabo tumbado desnudo con un puro abano en una mano y un Bloody Mari en la otra, mientras un par de thailandesas me hacen un masaje en la espalda a cuatro manos. De reojo veo que se acerca Angel acompañado de cinco o seis tipos bastante parecidos a él pero de tamaños dispares. Angel se agacha junto a mí y me dice.

-Bueno tío, me tengo que marchar ya.

Y “FLUSSSHHHH”, todo desaparece en un segundo y allá donde estaba Angel y sus amigos, aparecen boquiabiertos mi mujer, su hermana y mi cuñado, mis suegros y unos amigos de estos que han venido a pasar unos días.

-¿Se puede saber que haces aquí desnudo fumándote un puro y tomándote un cocktail a estas horas de la mañana? Me pregunta mi mujer bastante indignada por la estampa.

-No te enfades cariño, le contesto mientras tapo mis partes íntimas con lo primero que pillo, que parece ser un tanga de color fucsia… esto tiene una explicación… esta mañana, me levanté a prepararme un café y escuché un crujir de ramas en el jardín, y…

Sinuhé. (Reeditions)

Los viejos del parque




Hoy ha salido el sol y el parque, tras varios días de lluvia incesante e incómoda, es un hervidero de vida. Decenas de niños corretean por doquier con ese zumbido típico del júbilo infantil desenfrenado. Las madres forman corros donde se mezclan a partes iguales alabanzas y críticas feroces sobre temas un tanto banales. Algunos padres aislados comentan la última cagada de Alonso en el gran premio de Canadá. En los bancos más aislados, huyendo un poco del barullo, los jubilados se ponen al día tras varios de incomunicación forzosa. Otros niños algo más mayores juegan a fútbol usando de portería las persianas metálicas de los bajos, para perpetuo escarnio de los vecinos de las primeras plantas. Gente paseando a sus perros, bicicletas, niñas con sus patines, pequeños exploradores en busca de hormigueros entre el césped… La estampa feliz de un día cualquiera, en cualquier parque, a cualquier hora de un día soleado.

De repente, se escucha un grito de aviso proveniente de los niños mayores que juegan a fútbol. Todos en el parque giran sus cabezas hacía allí. Un balón se dirige a una velocidad infernal hacia el banco donde se calientan al sol plácidamente los jubilados. El tiempo parece ralentizarse y los hechos son percibidos en cámara lenta. Los ancianos, enfrascados en acaloradas discusiones sobre la subida del precio del pan de molde, parecen no percatarse del inminente impacto mientras que a su alrededor, fotograma a fotograma, las mujeres se echan las manos a la cabeza.

Cuando el endemoniado esférico está a escasos centímetros del grupo de ancianos, el que está más próximo reacciona en décimas de segundo y levantándose ágilmente de un salto para el balón con el pecho y luego le da unos toquecitos con las rodillas y lo vuelve a elevar en el aire sobre sus cabezas, el segundo anciano, que está a su lado, suelta el andador y doblando su espalda cual contorsionista de circo, amortigua el balón entre su cuello y su omoplatos unos segundos, luego lo deja deslizarse lentamente por su espalda y le da un taconazo volviéndolo a elevar en el cielo azul hasta que el último anciano, impulsándose enérgicamente con su pie derecho sobre el banco, se eleva unos tres metros sobre el suelo y girando sobre sí mismo 360º, realiza una espectacular chilena golpeando certeramente el balón y empotrándolo en la portería metálica, ante la mirada atónita de los jóvenes futboleros.

Los ancianos retoman su discusión como si nada y las madres y los niños prosiguen con sus críticas y sus juegos. La estampa feliz de un día cualquiera, en cualquier parque, a cualquier hora de un día soleado.


Sinuhé

Primera lección de Tango


Ella lo veía todos los días al salir de clase a través de aquellos enormes cristales. Sus amigas se reían de ella y decían entre risas que se había enamorado de un viejo, pero a ella eso le traía sin cuidado y no había tarde en que las huellas de sus quinceañeras manos no quedaran marcadas en el vaho de aquellas ventanas.

A través de los gruesos vidrios se filtraba dulce la voz de Gardel hasta sus oídos y mientras lo observaba bailar, imaginaba que aquellos tangos se habían escrito expresamente para que aquel hombre los bailara. Las mujeres revoloteaban entre sus brazos de forma inconsciente e incluso en algunas ocasiones a ella le parecía ver como las carnes de aquellas hembras se evaporaban en el interior de sus ropas y tan solo quedaban las telas volátiles enredándose desvergonzadas entre las piernas de aquel hombre.

Pero a ella eso no le iba a suceder y aquel día, cuando todas las alumnas se habían marchado ya y las luces se iban apagando, entró, y mientras se dirigía hacia él, se desprendió de toda su ropa y con tan solo sus zapatos negros de baile, se dispuso a que aquel hombre la hiciese bailar el primer tango de su vida.

Sinuhé (reeditions)

¡CLICK!



Siempre fui un tipo con suerte. Desde joven poseí el don del acierto, y la suerte no me ha abandonado nunca desde entonces. Jamás he dudado en mis apuestas y siempre he salido airoso de ellas. El azar me ha reportado una vida sin aprietos, llena de lujos, que la mayoría de gente ni tan siquiera puede llegar a soñar. Nunca han faltado a mi alrededor preciosas mujeres, ropa cara y coches a la carta. Pero amigos, es una cosa curiosa esto de la suerte, el ganar siempre acaba por convertirse en una carga pesada. La suerte en exceso termina por ser algo demasiado envidiado y el receptor de la suerte, la materialización de esas envidias. Ahora me doy cuenta de que todo el mundo que pasó por mi vida no fue más que por mi suerte, quizás con la intención de conocer mi secreto o de beneficiarse de algún modo de mi don afortunado.

Con el tiempo, la suerte me ha llevado a convertirme en un ser solitario. Ya no es ningún aliciente para mí el ganar fajos de billetes en los casinos, me siento totalmente indiferente cuando veo en mis manos el cupón ganador de la lotería de la semana. Todo el mundo se aparta de mí, ya no encuentro compañeros de mesa en las timbas de poker porque a nadie le gusta jugar a sabiendas que perderá sin ningún género de dudas. Ahora, el juego ya no es para mí ningún placer y tan solo apuesto cuando las putas y el alcohol han quemado todo mi dinero. Me arrastro con nocturnidad por los clubs oscuros de la ciudad y me despierto con dolor de cabeza en cualquier cama desconocida.

Pero hoy es un día diferente, aquí sentado en esta mesa, siento de nuevo ese cosquilleo en las manos que hacía años que no sentía. Tiemblo de emoción al girar el tambor del revolver. Me trae sin cuidado el dinero que se amontona sobre la mesa, me traen sin cuidado los rostros sádicos que me miran aguantado sus sucias respiraciones. Hoy me siento de nuevo vivo y juego porque tengo ganas de jugar. Apoyo el hierro frío de la pistola sobre mi sien, sonrío y lentamente aprieto el gatillo… ¡click!... puta miseria, no hay bala en la recámara. Dejo de sonreír, hoy, por primera vez en mi vida, he tenido mala suerte.


Sinuhé (Reeditions)