Related Posts with Thumbnails

Yo danzo ¿Y tu? (Nuevos amigos)




Parte 6ª.


Desperté en un cuartucho sombrío y escuetamente amueblado. Una pequeña mesa y la silla donde estaba sentado eran el único mobiliario de la extraña habitación. La pared que tenía enfrente era un enorme espejo, pero por más que rebusqué en la habitación no encontré ningún lavabo, ni váter… normalmente, en mi país, los espejos en las paredes solían estar en los lavabos públicos. Comencé a sospechar que en este país eran más raritos de lo que había imaginado en un principio…
De pronto caí en la cuenta de los meses que hacía que no me veía reflejado en un espejo y me costó mucho reconocer y admitir, al ver a aquel tipo barbudo y huesudo en el cristal, que era el mismo que tiempo atrás lucía bello y esbelto como el David de Miguel Angel. Me quité la sábana que llevaba a modo de toga para ver mi estado a cuerpo entero y al punto, unos gritos desgarradores de horror sonaron tras el espejo. Imaginé que los vecinos de aquel lugar estaban viendo alguna película de terror o de Almodóvar.
Segundos después, los gritos de horror surgieron de mi garganta, al girarme y comprobar que de mi espalda brotaban unos pelos gordos y marrones como hebras de coco. Mi enorme capacidad de razonamiento me llevó en décimas de segundo a la deducción de que por mi ingesta continuada de cocos, mis genes habían mutado en la oscuridad de la bodega de aquel barco y que me estaba convirtiendo… ¡En el hombre coco! Unas horas después me permitieron darme una ducha y respiré aliviado al comprobar que tan solo era roña que se había adherido a los pelos de mi espalda.
Unos tipos altos y serios ataviados con batas blancas entraron al cuarto y comenzaron a hablarme en un idioma que no entendía. Yo, suponiendo que lo que querían saber era como había llegado hasta aquel país y con la intención de ser lo más claro posible en mis explicaciones, intenté, pese al inconveniente del idioma, explicar de la forma más gráfica y onomatopéyica los últimos sucesos que había vivido.
A modo de introducción, me subí a la mesa y realicé unos cuantos movimientos maestros de mi danza del vientre, para que viesen que tenían en frente a un verdadero artista, cierto es que mi falta de atuendo y el tener que usar la larga barba a modo de sedoso pañuelo para la danza no eran lo más óptimo para tan sagrado ritual, pero al ver sus rostros ojipláticos supe que estaban captando la esencia de mi mensaje.
Luego, imitando el gruñido de los camellos y los gritos de pavo de la vieja arpía, resumí mi paso por el desierto Arábigo, por suerte, aún pude soltar un par de pedos para hacer más gráfica la escenificación de los hechos y de mis dolencias estomacales. Acto seguido, imitando los sonidos de la explosión del barco y haciendo aspavientos hacia el cielo, expliqué mi vuelo sobre el cielo de Nueva York y los sucesos posteriores.
Parece ser que fui bastante explícito en mis explicaciones y me entendieron a la perfección, porque ya no me preguntaron nada más. Simplemente se miraron y asintiéndose mutuamente y salieron del cuarto. Acto seguido, los tiarrones de negro me llevaron en volandas hasta otro lugar, donde me lavaron, afeitaron, cortaron el pelo y las uñas (esto segundo les llevó su trabajo), me perfumaron y me embutieron en un bonito traje plateado. Tras esto, me metieron en una especie de ascensor que comenzó a descender durante mucho rato. Los tipos, tras de mí, permanecían imperturbables, para romper un poco el hielo les canté los cuarenta y dos grandes éxitos de Manolo Escobar, Al principio no pareció gustarles mucho, pero al final acabaron palmeando mis canturreos.
Cuando el ascensor descendió hasta su destino, las puertas se abrieron y quedé maravillado ante lo que contemplé. En una gigantesca sala repleta de aparatos con muchas lucecitas de colores, deambulaban decenas de seres de las más diversas morfologías y colores, algunos con cabezas ovaladas y cuerpos grisáceos, otros con enormes piñatas babeantes… claro está que como venía de Arabia la sorpresa fue menor, porque por aquellas tierras habían gentes tan, o más raras que estas. Al punto pensé que aquel lugar era alguna especie de centro para superdotados, no por la presencia de todos aquellos seres si no por la mía, claro está. Mientras observaba el entorno, se me acercó un ser que me resulto hartamente conocido. Media como un metro de altura, de colores marronáceos, cuello larguísimo y una cabeza enorme con forma de pimiento. Levantando un dedo iluminado repetía frases como “mi casa” o “teléfono”. Enseguida caí en la cuenta, hacía años había visto a este ser en la televisión... ¡Acababa de conocer a Alf! Le sonreí… creo que aquello iba a ser el comienzo de una buena amistad.

Continuará…

Sinuhé G.

Yo danzo ¿Y tu? (Allende los mares)


Capítulo 5.


En la bodega de aquel barco y rodeado de cocos, pasé los siguientes días. Claro está, mis afecciones intestinales retornaron con más fuerza que nunca, pues de nuevo mi dieta y mi única bebida provenían de los cocos.
En completa penumbra y sin más entretenimiento que el de tararear cancioncillas a dúo con mis silbidos y mi esfínter, el cual en los últimos tiempos y dadas las circunstancias ya dominaba a la perfección, conseguí vencer a la locura mientras lentamente cruzaba el ancho océano. Hasta que un día de tantos, mientras pedorreaba distraído “la macarena” el ruido monótono de los motores disminuyó de forma considerable y noté que el barco reducía su velocidad y comenzaba a realizar maniobras extrañas, supuse que arribaba a su destino. Al poco rato, las trampillas superiores de la bodega se abrieron dejando entrar a raudales la blanca luz del sol que prácticamente me cegaron al momento. En la blancura me pareció distinguir unas cabezas que asomaban por el borde de las trampillas. Un par de marineros inspeccionaban los oscuros fondos de la bodega a la par que cubrían sus narices con gesto agrio. Supongo que atisbaron alguno de mis movimientos entre las montañas de cocos y no tuvieron mejor idea que alargar sus brazos y encender unas potentes linternas. En milésimas de segundo la chispa eléctrica y los gases producidos por mi anal musicalidad y acumulados durante varias semanas de viaje se unieron en fatal binomio y se produjo una bestial explosión que me hizo salir disparado a enorme velocidad, junto con miles de cocos en llamas, por la trampilla ante la mirada atónita y chamuscada de los marineros.
En mi vertiginoso vuelo sobrevolé una gigantesca estatua que al punto reconocí como la estatua de la libertad, continué mi vuelo sobre gigantescos edificios y largas avenidas atiborradas de tráfico. Los cocos iban cayendo a mi paso y el gentío comenzaba a señalar hacia el cielo entre exclamaciones de asombro. Dado que estaba en Nueva York, supuse que los lugareños me confundían con superman o algún que otro héroe volador de los tantos que en esta ciudad moran, aunque me pareció un poco extraño por que dándome un rápido vistazo, me percaté de que mi única vestimenta era un sujetador con dos cáscaras de coco que me había confeccionado fruto del aburrimiento y que además, quedaba parcialmente tapado por mi larga barba, que ya me llegaba casi hasta las rodillas y se mecía al viento como pañuelo de seda en la ventisca.
Comencé a perder altura y ante el inminente trompazo pensé que no era un mal final del todo, puesto que, aunque no de esta manera, siempre deseé visitar esta ciudad. En mi descenso llegué hasta un enorme parque, no sin antes rozar milagrosamente las azoteas de las últimas fincas y llevarme por delante unas sábanas blancas que estaban allí tendidas y atravesar los cristales de un invernadero la mar de majo.

Observé que la gente que paseaba por el parque gritaba y corría apresuradamente ante el bombardeo continuo de cocos en llamas a modo de lluvia meteórica apocalíptica. Ya a pocos metros del suelo acaricie las copas de los árboles y cerré los ojos para encomendarme al altísimo.
Puede que este se apiadara de mí persona, porque milagrosamente mi vuelo terminó en el centro de un gran lago que había en el parque. Al borde de la asfixia conseguí salir a flote y arrimarme nadando lentamente a la orilla. Hice pie y salí caminando, la sábana se me había liado en forma de toga y unas ramas de buganvilla del invernadero se me habían quedado enganchadas en el pelo a modo de corona de laureles. Cientos de personas observaban boquiabiertas ora el ser que emergía de las aguas, ora las esferas en llamas que caían al lago tras de mí.
A modo de saludo levante las palmas de las manos hacia ellos y al fondo alguien gritó “¡¡¡Miracleeee¡¡!!!Jesús liveeeeee¡¡¡ . Al punto, toda la gente se me abalanzó besando mis pies entre llantos y alabanzas hacia mi persona. Yo un tanto sorprendido el caluroso recibimiento que estas gentes otorgaba a los extranjeros me dejé llevar por no parecer descortés a las costumbres lugareñas. Me levantaron en volandas y comenzaron a pasearme por el parque entre cánticos que me sonaban a misa dominical. Cada vez se unía más gente al grupo y todos intentaban besar mis manos o un trocito de mi sábana. Pasadas varias horas, todavía continuaba el cortejo de bienvenida por las avenidas de la ciudad y miles de personas me aclamaban desde las aceras y desde las ventanas. Ya me dolían todos los huesos de ese peculiar transporte a lo vírgen del rocío y pensé que quizás lo que estaban esperando era que yo devolviese de algún modo el caluroso recibimiento para dar fin al acto. Dando un grito a mis transportadores conseguí que me bajaran al suelo, se apartaron un poco dejándome en el centro de un círculo y de repente se hizo el silencio. Todo el mundo me observaba como esperando al que va a dar un gran discurso. Como no entendía ni papa de la lengua de esta gente decidí hablar en el idioma que mejor conocía y que es común para el mundo entero. El baile.
Comencé a bailar mi danza del vientre en el centro justo de la quinta avenida. Al realizar los movimientos, todavía se me escapa algún que otro cuesco que hinchaba las sábanas de forma mágica y que otorgaba a mi danza un halo de lo más místico y sensual. Una exclamación de asombro se extendió de forma unánime entre el gentío. De repente, todo el mundo se puso a imitar mi danza entre lágrimas y proclamas de amor hacia mi persona entrando en una especie de catarsis colectiva que me dejó un tanto anonadado.
Andaba yo ya pensando que en este país estaban como puñeteras cabras y rumiando una forma rápida de escabullirme de allí cuando desde el cielo descendió un helicóptero sin muchos miramientos en su aterrizaje. La gente se apartó rápidamente. Del aparato bajaron un par de tipos vestidos de negro y de un zarpazo me metieron dentro y emprendieron de nuevo el vuelo. Protesté enérgicamente pero los tipos no se inmutaron lo más mínimo. Observé por las ventanillas que salíamos de la ciudad y emprendíamos un largo recorrido hacía el interior. Físicamente extenuado por los acontecimientos del día, apoyé mi cabeza contra el cristal, por la relajación me tiré un par de sonoros pedos y me quedé dormido pensando que quizás esta buena gente, tras explicarles mi historia, me llevarían de nuevo a casa.

Continuará…

Sinuhé G.

Yo danzo ¿Y tu? (En el filo de la cimitarra)




Capítulo 4.


Andaba yo en mi caminar errante, perdido por el desierto arábigo, alimentándome de dátiles y calmando mi ardiente sed con agua de coco, lo cual me provocó no pocos problemas intestinales en sus vertientes más sonoras. Gracias a Dios, en la soledad del desierto, mis ruidosas ventosidades no causaban mas efecto que el de asustar a alguna que otra alimaña y mantener a una distancia prudencial a los depredadores típicos de estas latitudes.
Tras varios días perdido en aquel mar de dorada arena, ora por el sol abrasador, ora por la deshidratación provocada por mis incontenibles cagaleras, avisté tras las brumas de unas dunas un hermoso palacio. Arrastrándome, a duras penas, puesto que la debilidad por falta de sustento menguaba ostensiblemente mis movimientos, me dirigí hacia el palacio en cuestión con la esperanza de encontrar en él generosos moradores, que se apiadaran de mi persona y me dieran algo que llevar a mi convulso estómago y un jergón donde recuperar mi maltrecho cuerpo.
Tras ciclópeos esfuerzos, llegué hasta aquel lugar, y tamaña fue mi sorpresa al comprobar que lo que lo que en la lejanía mi alucinada mente interpretó como un esplendoroso palacio, no era más que un raquítico camello muerto. Mis pocas esperanzas de supervivencia se desmoronaron al instante y con ellas, las exiguas fuerzas que me quedaban. Me comí con poco afán mi último dátil y bebí los jugos de mi último coco, suspiré profundamente, se me escapó un estruendoso pedo y acto seguido, perdí el conocimiento.
Desperté pesadamente entre fuertes empellones y olor ha perro mojado. Al abrir mis hinchados ojos y todavía con la visión borrosa, me pareció observar la arena del desierto corriendo bajo mi. La primera impresión fue que estaba volando, quizá ya había muerto y los ángeles me transportaban en volandas hacia mi eterna morada. Cuando mis pupilas se habituaron a la luz y enfoqué mejor la vista, me percaté de que no eran querubines si no un apestoso dromedario lo que me transportaba. Mi cuerpo estaba amarrado, boca abajo, a la joroba del bicho y un viejo me sonreía con su enorme boca desdentada desde el suelo, a un par de metros.
Una caravana de comerciantes nómadas me había rescatado de aquel infierno in extremis.
El viejo hacia enérgicos aspavientos y, a la par que golpeaba insistentemente mi trasero con su garrote, señalaba hacia el horizonte, donde se vislumbraba a pocos kilómetros un enorme vergel de verdes palmeras. Con gran congoja interpreté que aquel árabe desdentado tenía intenciones sodomitas para con mi persona que sin duda, haría efectivas al llegar la caravana a aquel paradisíaco vergel. Poco a poco fui recuperando el sentido del oído, también mermado por mi debilidad, y junto con las arengas del anciano escuché los berridos bestiales del dromedario que me transportaba y de los que caminaban tras este en la caravana, junto con una serie de explosiones que al punto identifiqué provenientes de mis dolencias intestinales. Entonces, y para mi descanso, comprendí que lo que el desdentado quería decirme era que estaba asustando a los dromedarios con mis sonoras ventosidades y que apretara el culo hasta llegar al vergel, donde encontraría lugares mas propicios e íntimos donde liberar mis gases.
La fortuna me acompañó una vez más y los nómadas resultaron ser gente de lo más hospitalaria. Con unos brebajes sanaron en pocos días mis dolencias y con una dieta a base de leche de cabra y de algo que parecía carne seca, recobré mis fuerzas. Conviví con esta tribu durante unos meses, recorriendo el desierto de este a oeste. Por las noches, en los improvisados campamentos y a la luz de las hogueras, bailaba para ellos mi danza del vientre, único modo por mi parte de agradecerles el haberme salvado de una muerte segura. Mi extrema delgadez y mis barbas hasta el ombligo, no parecían restarle belleza a mis danzas, pues la mayoría de aquellos rudos nómadas parecían mirarme cada vez más con ojos libidinosos mientras babeaban al verme ejecutar mis gráciles movimientos.
En salvaguarda de mi honor, decidí que había llegado el momento de continuar mi viaje y me escabullí del grupo en el primer poblado en el que hizo alto la caravana para realizar sus trueques.
Las noticias de mi afrenta al sultán habían llegado raudas a todos los rincones de sus dominios y éste, había hecho colgar carteles de mi búsqueda por doquier. Los carteles, bastante gráficos, mostraban mi rostro de unos meses atrás, cuando más bien mi perfil era comparable al de la más bella Diosa griega, bajo el rostro, el dibujo de unas monedas y una cimitarra no dejaba lugar a dudas de sus intenciones. Por suerte, con mi demacrado estado actual, nadie en su sano juicio me tomaría por el bellezón retratado en aquellos carteles lapidatorios. Por precaución, afané un turbante y unas vestimentas berebéres para mimetizarme mejor entre el populacho.
El poblado estaba a escasos kilómetros del mar. Bordeando playas y abruptos acantilados me dirigí hacia el Norte, durante un par de días, hasta que llegué a una enorme ciudad. Un puerto pesquero y otro que parecía de mercaderías, por el tamaño de los barcos que estaban allí amarrados eran clara muestra de la importancia de esta ciudad. Entre las casas bajas destacaban los minaretes de las mezquitas. Mucha gente entraba por los distintos caminos y accesos, como en peregrinación. Supuse que algún acontecimiento tendría lugar allí en próximas fechas.
Tras una exploración general de la ciudad, me senté a descansar junto a una fuente en una plaza céntrica. Observando perezosamente al gentío que por allí deambulaba, estaba yo sumido en profundas reflexiones sobre cuales serían mis próximos pasos a seguir. Cuando unos gritos como de pavo degollado que me resultaron familiares me sacaron de mi ensimismamiento. Ante mí estaba la arpía que meses antes, cuando llegué a estas tierras me alquiló un cuartito. Como cuando ella me vio por vez primera yo todavía no me había metamorfoseado en belleza ultraterrenal. Me reconoció al instante y denunciaba mi presencia a la muchedumbre con demoníacos gritos a la vez que se daba palmadas en la cabeza. Me pregunté que carajo haría en aquella ciudad tan distante aquella arrugada arpía, tiempo después me enteré que era costumbre peregrinar a aquella ciudad una vez en la vida, maldecí al destino por tan rocambolesca coincidencia.
Corriose la voz de la recompensa que daba el sultán por mi persona entre la muchedumbre y en pocos minutos cientos de personas corrían tras mis pasos por las callejuelas que bajaban hacia el puerto. Como estas gentes son de natural linchador, a la masa perseguidora se unían cada vez mas personas que, aunque ignorantes de los motivos de mi persecución, gritaban igualmente proclamas nada tranquilizantes para mí. Cuando llegué al puerto y como último recurso para mi salvación me lancé al agua y nadé puerto adentro. Algunos lanzaron piedras y sandías pero con poca fuerza y puntería para mi alivio. Un enorme barco levaba anclas en esos momentos y trepando por una maroma me colé en sus bodegas.
La fortuna, de nuevo, se aliaba conmigo para salvar mi cuello de la cimitarra del sultán y me alejaba de aquellas ariscas tierras. Pensé que mi sueño ya se había cumplido y que ya era tiempo de volver a mi hogar. Con un poco de suerte aquel barco atracaría en algún puerto europeo y podría regresar en pocos días a mi pueblo.
Cuando la vista se habituó a la oscuridad de la bodega, mi culo se contrajo al momento como cuernos de caracol al ver que la carga completa del barco era de cocos autóctonos.

Continuará….

Sinuhé

Yo danzo ¿Y tu? (Bailando ante el sultán)




3ª Parte.



El anciano que me rescató de la chusma se convirtió en mi padre adoptivo desde entonces. Parloteaba castellano porque de joven había sido comerciante de alfombras y había hecho negocios con españoles. Ahora regentaba un comercio de telas en el zoco; el equivalente a la mercería de mis padres en el pueblo. Como yo ya conocía el negocio, le fui de gran ayuda al frente de la tienda. Me enseñó el arte del regateo y a chapurrear el árabe. No le importó que mi afición fuese la danza del vientre, si no todo lo contrario. Me ayudó a depurar mi técnica, a hacerme la cera en piernas, brazos y barriga, y me confeccionó bellos vestidos dignos de la reina de Saba. Nunca le pregunté donde había adquirido esos conocimientos, ni por qué era el único en toda la ciudad que vestía siempre de rosa.
La cosa es que, como era inevitable, en el ambiente aladínico de aquel comercio y al igual que en la tienda de mis padres, comencé a danzar en las horas de menos clientela. Pero esta vez, y al contrario de lo sucedido en la mercería, las clientas no huían despavoridas al verme, si no que se arremolinaban a mi alrededor y aplaudían al ritmo de la música. Se corrió la voz por el zoco y decenas de personas acudían a la tienda para verme, incluso excursiones de turistas enteras hicieron punto de visita obligada para ver a la “Bella bailarina de la tienda de telas”, como se me comenzó a conocer. Verdaderamente el viejo había hecho un buen trabajo e incluso yo, mirándome en el espejo, no reconocía aquel cuerpo de butanero cascado que veía reflejado hacía poco tiempo, lo que ahora se mostraba ante mí era una alta y esbelta mujer, dorada por el sol del desierto.
Un día, al terminar mi danza, se arrimó a hablar conmigo una distinguida mujer que resultó ser la directora de la escuela de danza del vientre de la ciudad. Y me ofreció la posibilidad de unirme al selecto grupo de bailarinas que, en la próxima fiesta del sultán, iban a danzar en palacio. Por supuesto que le dije de sí, creo que en mi vida no ha habido momento mas feliz que ese.
Pase los siguientes meses ensayando con el grupo, y si mi alegría era poca, la directora me designó como primera danzarina. ¡No cabía mas gozo en mi¡
Por fin llegó el gran día. Toda la ciudad, vistiendo sus mejores galas, se reunió en los inmensos salones de ceremonias de palacio para festejar el cumpleaños del sultán. Aquella sala era el paraíso terrenal, altos techos dorados sostenidos por ciclópeas columnas de mármol rosa, gigantescos tapices hechos a mano con motivos variados, todos relacionados con el sultán o sus antepasados, suelos cubiertos de ricas alfombras….
Tras la cena, llegó mi momento, el sultán, sentado en su silla labrada de pedrería esperaba inquieto nuestro gran espectáculo. Comenzó la música y yo, encabezando el grupo de bailarinas, abrí el baile. Saltamos, nos contorsionamos, nos agitamos, giramos… el populacho grita de júbilo ante tan sublime imagen. De reojo, mientras levito sobre las preciadas alfombras, veo que el sultán no me quita ojo. Tras los últimos espasmódicos movimientos de cintura, termina la danza. Se hace el silencio durante unos instantes y todo el mundo mira al sultán, esperando la aprobación de este. El sultán se levanta lentamente y mirándome directamente a mí, comienza a aplaudir fuerte, pero pausadamente. La gente estalla en un estruendoso júbilo.
Veo que el sultán, entre el griterío, señalándome, le susurra algo a un enorme negro que lleva una gran cimitarra al cinto. Este negro, más otro que parece su hermano gemelo, me conducen por los pasillos de palacio y por los idílicos jardines de la parte posterior hasta otro edificio de tamaño medio, pero con más lujos incluso que el principal. Abren las puertas, me invitan a entrar, y las cierran tras de mí. Cuando me giro, no puedo creer lo que ven mis ojos. Como un centenar de hermosas mujeres medio desnudas, se reparten por doquier en la amplia sala. Algunas en piscinas vaporosas, otras tumbadas en divanes de terciopelo rojo con copas de vino en sus manos, otras bailando juntas completamente desnudas. Ante tal visión, mis atributos masculinos no pasan desapercibidos por ninguna. De pronto todo se esclarece en mi mente: el sultán, siendo ser de elevada inteligencia y perspicacia, se dio cuenta de inmediato al verme de que en realidad yo no era mujer, si no hombre. Pero también siendo ser de elevada sabiduría y benevolencia, me dejó danzar, y viendo que mi danza fue la más sublime de todas las que jamás vieron sus ojos, me premia ahora con este paraíso de beldades salvajes.
Pues bueno, como de bien nacido es el ser agradecido, me quité los velos en dos zarpazos y entre en faena rápidamente. Me costó prácticamente toda la noche ser agradecido con todas ellas porque parecían no conocer barón la mayoría de ellas. A altas horas de la madrugada, yacía exhausto en uno de los divanes rodeado de hermosas mujeres desnudas, uvas, vino, plumas y que se yo…cuando unos ensordecedores gritos me despertaron al punto. El sultán con los ojos fuera de sus órbitas y las venas del cuello como cuerdas de pozo, gritaba a un par de metros de mí mientras literalmente se estiraba de los pelos. Una caterva de negros enormes ¿Cuántos hermanos serían? Entraban por la puerta en ese momento alarmados por los alaridos del sultán y, con sus cimitarras levantadas, predispuestos ya a rebanar algún cuello. En décimas de segundo, decidí que ya tendría mas tiempo en otro momento para descifrar la extraña reacción del sultán…y pies para que os quiero, salté al jardín por una ventana que estaba entreabierta. Corrí y corrí, y los hermanos tras de mí, crucé los jardines, crucé la ciudad, crucé el río y me adentré completamente desnudo en el árido desierto, y los hermanos tras de mí.
Seguí corriendo horas y horas hasta que al fin, dejé de escuchar el amenazador barullo detrás de mí. Me senté a descansar bajo una palmera solitaria y tras coger aire y reflexionar largo tiempo, pensé que quizá el sultán en realidad no era un ser tan inteligente y bondadoso y en todo momento me tomó como mujer. Suponiendo imposible mi retorno a la ciudad, aguardé la noche, me hice un taparrabos con una hoja de palmera, arranque un racimo de dátiles y emprendí mi marcha hacia nuevos horizontes.

Continuará….

Sinuhé G.

Yo danzo ¿Y tu? (Primeros días en Arabia)




2ª Parte.




Emprendí mi viaje a Arabia. Por miedo a que perdieran mis maletas con todos los valiosos vestidos de danza que tantos años y esfuerzos me habían costado. Decidí ponérmelos todos y asunto resuelto. Mi madre, viendo que aún me quedaban los brazos descubiertos y en previsión del frío que pudiese hacer en ese país desconocido, me puso una chaqueta de lana gruesa, la bufanda, el gorro y los guantes.


–¡Que los catarros son muy malos! – Dijo tajantemente, sin posibilidad de discusión. De camino al aeropuerto un par de ancianas me ofrecieron sus bolsos y huyeron despavoridas y una manada de perros callejeros salieron aullando al verme.


Con mi vestuario había triplicado mi tamaño y necesité la ayuda de seis azafatas para ocupar mi asiento en el avión. Fue un viaje tranquilo, las dos monjitas que tenía al lado no me molestaron lo más mínimo.
Cual fue mi sorpresa cuando al llegar a Arabia me enteré de que nadie hablaba español… ¡cosas vedéres Sancho, cosas vedéres!.

Pero esta nimiedad no me iba a hacer retroceder, agarré mi maleta con mis collares y me sumergí en aquella ensordecedora ciudad. Mi primera impresión fue que andaba por el mercadillo de los domingos de mi pueblo, mi segunda impresión fue la misma, y así fueron todas mis posteriores impresiones hasta pasadas unas semanas.


Me instalé en una especie de hostal en el que había una cama y un camello dibujados en un cartel junto a la puerta. Supuse que significaría habitación y desayuno. Una vieja arrugada regentaba el albergue. Supongo que mi esbelta figura la impresionaría sobre manera, en comparación con los raquíticos árabes que había visto yo hasta el momento, porque al verme, y a modo de bienvenida, se puso a emitir unos sonidos extrañísimos como de pavo en época de celo y a un volumen tan alto, que a los pocos segundos, todas las mujeres del barrio la acompañaron en tan estrafalario canto. Yo, un poco sorprendido, dejé caer mi maleta de los collares y el ruido de monedas hizo cesar su canto y lo transformó en una gran sonrisa. Me ofreció la mejor cama y salió gesticulando y parloteando cosas extrañas, supongo que en busca de el mejor camello de la ciudad para el desayuno.


Nadie me avisó del calor infernal que hace en Arabia. Comencé a quitarme vestidos y a partir del veinticuatro, estaban empapaditos de sudor, al verme desnudo pensé que debería de haber perdido unos cuantos kilos.
Dediqué los siguientes días a visitar la ciudad buscando el lugar ideal donde mostrar mis excelentes aptitudes para la danza. Me compré una túnica árabe para pasar más desapercibido, cansado de escuchar los cantos de pavo de bienvenida de las mujeres al verme, porque incluso vestido con mis mejores sedas, se daban cuenta de mi extranjería.


En el centro de la ciudad localicé un extraordinario edificio que rápidamente identifiqué como el teatro o la opera. Hacían varias funciones al día y allí se congregaba muchísimo personal.
Decidí que no me iba a andar con chiquitas y que mi salto al estrellato tenía que ser espectacular. Me colé en el teatro antes de la función…una enorme sala diáfana, de altos techos y completamente alfombrada parecía ser el escenario principal.


Calenté un poco y me puse a danzar con mis cinco sentidos en ello, para que cuando el público entrara (porque entraban todos de golpe cuando otro les avisaba desde un campanario), quedaran maravillados ante mis mágicos movimientos.
Dancé y dancé, todos mis anhelos se veían cumplidos por fin. Llegue a puntos extasiantes que creí cercanos a experiencias extracorpóreas. Ni tan siquiera me di cuenta de que una multitud de árabes habían entrado en el teatro y me miraban en completo silencio. Cuando por fin terminé la perfecta ejecución de mi danza del vientre. Aguanté unos segundos la respiración en espera del aplauso y las alabanzas de la multitud. Pero en lugar de ello, todos al unísono, echaron mano de sus cimitarras.
La persecución por las calles del zoco por cerca de un millar de árabes tras de mí, fue digna de las películas de Indiana Jones. Tiempo después me enteré que en realidad, lo que yo tomé como teatro, era la mezquita principal de la ciudad.
En la loca escapada de mis perseguidores por el laberinto de callejas de la zona baja de la ciudad, un anciano que vestía como Alí Babá, me cobijó en su casa y me salvó de la marabunta.
Este anciano más tarde se convirtió en mi benefactor, me dio un trabajo, me enseñó la lengua y me guió en mi camino hacia las más altas esferas de la danza del vientre. Si todo salía bien, pronto danzaría ante el sultán, la mayor gloria que se puede alcanzar en este mundo.

Continuará….

Sinuhé G.

Yo danzo ¿Y tu?

Yo danzo ¿Y tu? Es un relato por capítulos que escribí hace un tiempo en otro blog, allí quedó inacabado por diferentes motivos, ahora lo vuelvo a publicar, corregido y hasta el final. Son diez capítulos que publicaré poco a poco, espero que lo os guste o como mínimo, arrancaros una pequeña sonrisa.





YO DANZO ¿Y TU? - AFICIONES -

Desde que tengo uso de razón, mi única obsesión ha sido la daza. Pero nada de danza clásica, ni ballet, ni ninguno de esos bailes modernos con nombres impronunciables. Lo mío siempre ha sido la danza por excelencia, la danza en palabras mayúsculas. Lo mío siempre ha sido… ¡la danza del vientre!

Todo comenzó siendo yo pequeñín, tras ver una película en blanco y negro de la que no recuerdo el título, en la que un grupo de esbeltas mujeres bailaban ante un sultán que las miraba sin demasiado interés.

Aquellas mujeres, más que bailar, levitaban como hojas al viento, y sus enérgicos movimientos de cadera, hacían temblar todos sus cuerpos (y el mío), como si en lugar de piel y carne, estuvieran hechas de gelatina. Aquello me emocionó y me maravilló de tal manera que marcó mi vida para los restos. A parte, creo que fue mi primera experiencia sexual consciente.

Muchas alegrías me ha dado la danza desde entonces, pero también no pocas penurias y decepciones.
En el colegio fui el hazme reír de todos los niños porque no concebían que un niñote como yo (siempre fui mas corpulento de lo normal), se dedicara en los recreos, descamisado, a mover el ombligo como un poseso y no a otros juegos mas propios de la machéz infantil. Eso si, las niñas se me arrimaban como las moscas a la miel y mis éxitos pre-amatorios superaban con creces la media del niño estandar. A fin de curso se organizaban varias actuaciones en el teatro del pueblo, en los números de baile yo siempre era el bailarín principal con mi danza del vientre, que ya había adquirido una técnica considerable.


Mis padres, tras el shock inicial de verse con un hijo con gustos tan raros, decidieron apuntarme a clases de baile para ver si me decidía por alguna rama con un poco mas de clase o pureza que, como decía mi padre, “eso que haces de mover la pancha”. Probé todo tipo de bailes; clásico, moderno, muñeiras, hip hop, sardanas… Pero ninguna caló hondo y dejé de practicarlas. Como mi especialidad no se daba en las escuelas de danza, me apunté a unas clases en la asociación de vecinos del barrio. El nivel no era muy alto, pero como contrapartida, seguí pillando cacho de vez en cuando entre las alegres bailarinas.


Ya más mayor, me puse a trabajar en la mercería de mis padres. Cuando tuve la cosa controlada, mis padres mí dejaban cada vez mas horas solo a cargo del negocio. En las tediosas horas sin clientela, me dedicaba a confeccionarme todo tipo de velos y faldas para mis danzas, con el innumerable surtido de todo tipo de tejidos y colores que tenía a mi disposición en la tienda, y con la calderilla que sisaba de la caja, me hacía larguísimos collares que tintineaban estrepitosamente bajo mis convulsos movimientos.


En esos primeros meses, casi llevo a la ruina el negocio, porque cuando entraban las clientas, se encontraban a un tipo (por aquel entonces yo ya andaría por el metro noventa), enfrascado en vaporosas sedas y con mas colgantes que el negro de el equipo A, moviendo su voluminoso vientre como si de posesión demoniaca o ritual budú se tratara la cosa, y daban media vuelta inmediatamente. A parte de los estragaos que causé en los valiosos rollos de telas.


Con la edad perdí un poco la agilidad, la figura y la gracia infantil, y apareció súbitamente en mi cuerpo una voluminosa panza cervecera (mi segunda pasión), y unas matas de tupido vello en las zonas más expuestas. Pero estos insignificantes inconvenientes no hicieron mella en mi empeño por dedicarme profesionalmente a la danza.
Cuando tuve lo suficiente ahorrado, tomé las decisión mas importante de mi vida. Si quería bailar la danza del vientre, tendría que ir al país donde se creó. Lo dejé todo, vendí mi vespino, y compré un billete de ida para Arabia.

Continuará…….

Sinuhé G.



La versatilidad de los cojones



Es posible que no exista palabra en el castellano más versátil que los huevos o cojones, dicho de manera más campechana.

Para muestra un botón:

Cuando hace mucho frío decimos que hace un frío de cojones, lo mismo vale para cuando hace calor o cualquier otra inclemencia del tiempo. (Si hace mucho de algo, lo hace de cojones). Cuando algo nos cuesta muy caro, nos ha costado un huevo, si nos ha costado carísimo, un huevo y parte del otro.Nos descojonamos si nos reímos mucho.

Cuando alguien nos esta molestando por algún motivo, nos está tocando los huevos. Si alguien es muy pesado, lo podemos llamar mosca cojonera.

Si pasamos mucho miedo, estamos acojonados, a parte de que se nos suben los huevos a la garganta. Ante una enorme sorpresa, se puede dar el caso de que se nos caigan los huevos al suelo.

Cuando era pequeñín, uno de los insultos más usados entre mis amiguitos, era cara-huevo…de más mayor, cara-cojones. Mis mejores amigos son cojonudos. También puede ser cojonudo un buen coche, una película o… en realidad todo puede ser cojonudo.

Cuando alguien es un poco tacaño, es de cojón prieto. Cuando alguien es un poco vago, es un huevón. Cuando alguien hace una proeza de forma heroica, lo ha hecho con cuatro pares de cojones, (porque tiene muchos huevos). De lo contrario, no tiene huevos y es un acojonado.

En dialectos más refinados del castellano, se puede sustituir el cojón, por cataplín, pelotas o bolas. Aunque no cambia para nada el sentido de las expresiones.

En fin, podría seguir con una interminable lista de expresiones con los huevos de por medio, pero no quisiera que nadie me tilde de “pesao de los cojones”.


Sinuhé (Reloaded)

La fortaleza de mis alas

Para el reproductor exterior y dale al play,

siempre va bien un poco de música leer. ¿Verdad?




36 blogs amigos de tres plataformas nos hemos unido hoy para contar un cuento en no más de 70 palabras. Al final encontrarán los enlaces a los otros blogs participantes, para que por favor lean sus versiones originales y las comenten




Margarita despliega sus alas
.
.
.
.

Margarita tiene once años y está cansada de vivir. Rostro pálido, cabeza rapada y un monstruo negro desayunando entrañas son los datos de su DNI.



Margarita no llora; Margarita se acostumbró a sufrir. Y cuando siente el último y mortal bocado, no puede más que sonreír.

La familia llora a un bulto en la cama, y no ven que Margarita,
en el alféizar, despliega con fortaleza sus alas…
por fin feliz.
.
.
.
.
Sinu
Enlaces a los otros blogs participantes:

21 gramos de alma (http://21gramosdealma.blogspot.com/)
Aire (http://cheshire5.spaces.live.com/blog/)
Aire de Alhena (http://rosauraire.blogspot.com/)
@ngelluz (http://loquecallalaluna.blogspot.com/)
Ankh (http://casadochorao.blogspot.com/)

Ardilla Roja (http://ardilla-roja.blogspot.com/)
Arena (http://ilfraile.spaces.live.com/Blog/)
Basileia (http://fantasiadebasileia.blogspot.com/) ó
(
http://rincondebasileia.blogspot.com/)

Cardenal Farenas (http://parroquiadefarenas.blogspot.com/)
Fal-cão (http://sempinheiros.blogspot.com/)
Gloria (http://shidarta47.spaces.live.com/blog/)
Goibelurra (http://goibelurra.spaces.live.com/blog/)

Goyo (http://almacatamarcana.blogspot.com/)
Irlanda (http://irlanda1962.blogspot.com/)
Leo (http://criticasdelsur.spaces.live.com/blog/)
Lola (http://alhenaaveces.blogspot.com/)
Ly (http://lifgesell.blogspot.com/)
Mariolo (http://asitalmundobotija.wordpress.com/)
Metro (http://lineametro.blogspot.com/)

Mimí (http://xqsabes.spaces.live.com/blog/)
Mistik (http://deliriosdeunabruja.blogspot.com/)
Neogeminis (http://neogeminis.blogspot.com/)

Nieves (http://cid-1a2bedbf724c2a55.spaces.live.com/blog/)
Not just a moustache (http://notjustamoustache.blogspot.com/)
Paco (http://poesiadepaco.blogspot.com/)
Pepe (http://seyoalal.spaces.live.com/blog/)

Pepi (http://pepinubeazul.spaces.live.com/blog/)
Perlita (http://lamiradadeungato.blogspot.com/)
S@gc (http://www.ingsagc.spaces.live.com/blog/)
San (http://cid-a54d5bdb81dc8f9e.spaces.live.com/blog/)
Sandra S (http://mipequenioespacio.blogspot.com/)
Shao (http://shaoland.spaces.live.com/blog/)
Sherezade (http://sherezade-mimundointerior.blogspot.com/)
Shi (http://uffffffffsisisisi9.spaces.live.com/blog/)
Silvia (http://lavidaapesardetodo.blogspot.com/)
Sinuhe (http://nolopiensesdosveces.blogspot.com/)