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Hoy puede ser un gran día


Pues ya veis, aquí estoy medio griposo, con los ojos rojos y una tonelada de cajas de pañuelos en los bolsillos, y además, con un frío que pela. Pero esta mañana, al despertarme abrí las ventanas y me encontré con esto, y pensé... vaya... ¿Porqué no? Hoy puede ser un gran día.


Verano del 85




Recordaré aquel verano toda mi vida, yo era un niño feliz y asilvestrado y, allá en el pueblo, los días pasaban veloces entre risas, juegos y aventuras. Todas las mañanas, bien temprano, nos juntábamos los niños de la calle y decidíamos la agenda del día. Algunos días, subíamos a las ruinas del castillo y jugábamos a sitiadores y a sitiados, yo siempre quería ser El Cid Campeador, aunque era un título bastante disputado y la mayoría de las veces me tenía que conformar con ser un simple lacayo. Otros días nos dedicábamos a explorar los montes cercanos y de vez en cuando descubríamos alguna pequeña cueva o riachuelo y disfrutábamos imaginando que éramos los primeros en ver aquellos lugares, bautizándolos con nombres de lo más disparatados. Cuestas y bicicletas, helados y chapuzones en la presa vieja, sin más preocupación que tostarnos al sol de agosto y disfrutar de nuestra mágica infancia en ese mundo fantástico en el que uno vive cuando tan solo cuenta con once añitos de vida.

Al mediodía, después de comer, en el pueblo se imponía la ley de la siesta y el silencio se imponía en las empinadas calles, tan solo violado por el crujir del sol en maderas viejas y el soplo suave del poniente jugueteando con las páginas de un periódico olvidado sobre una silla de mimbre.

Hasta las cinco de la tarde, todos los niños de la calle teníamos prohibido salir de casa. Aquello era una conspiración pactada de los adultos, que para asegurarse unas horas de calma total, nos encarcelaban sin ningún remordimiento entre las gruesas paredes de piedra de nuestras casas. Por suerte, mis padres eran de sueño fácil y la ventana de mi habitación estaba a escasa distancia de la calle. Todas las tarde, cuando comenzaba a escuchar los ronquidos de mi padre, me descolgaba por la ventana y, rápida y sigilosamente bajaba por las solitarias calles hasta el río, con mucha prudencia de ser visto porque me jugaba un castigo severo con aquellas escapadas.

Por la fresca vereda que corría junto al río, pasaba aquellas horas muertas disfrutando de la gran diversidad de insectos y bichos que me encontraba a mi paso. Un día, bastante alejado del pueblo, continué mi paseo más allá de donde solía llegar siempre y me adentré por un pequeño sendero sombreado por viejas zarzas, que parecían a ver dejado a propósito un largo túnel en su interior para poder acceder a la parte alta del río. Cuando salí del oscuro túnel, un fuerte aroma a romero y hierba buena impregnaba todo el ambiente y, rodeado de centenarios robles el río continuaba al cobijo de altas cañas y verdes arbustos, formando curiosas pozas de aguas claras en las rocas erosionadas. Entonces, la vi. En un primer momento, me pareció un hada, su desnuda piel destellaba bajo el ardiente sol, miles de gotitas cubrían su cuerpo reflejando el verde entorno y haciéndome creer que estaba hecha de lo que están hechas las libélulas. Arrodillada en una de aquellas pozas heladas, el agua la cubría hasta sus caderas y su largo pelo oscuro caía salvaje por su espalda rozando y jugueteando con la cristalina superficie del manso río. Sus pequeños pechos comenzaban a despuntar como dulces fresones y mientras tarareaba distraída una suave melodía, dejaba caer el agua en su rostro desde sus manos unidas en pequeño cuenco. Aguantando la respiración para no ser descubierto, la observaba embelesado desde mi escondrijo entre los altos cañaverales. Debía de tener unos pocos años más que yo, sobre catorce o quince, y pensé que quizás fuese del pueblo vecino porque nunca antes la había visto en el mío. No se el rato que estuve allí hipnotizado cuando caí en la cuenta de la hora que debería de ser, al trote volví corriendo a mi casa justo a tiempo para no ser descubierto por mis padres, que retornaban en esos momentos de sus placenteros sueños.

A partir de aquella tarde, todos los días partía en secreto hacia mi escondite para ver en silencio el baño mágico de aquella ninfa, de aquel ser maravilloso del que me enamoré perdidamente, a escuchar su suave melodía que como el canto de las sirenas me atraía hacia aquel lugar como un imán a una herradura.

Llegó el final de agosto, amaneció un sábado tormentoso y al día siguiente volvíamos de nuevo a la ciudad. A media mañana comenzó una suave lluvia que persistió ya durante el resto del día como preludio gris de mis esperanzas de verla por última vez. Totalmente abatido y desesperanzado partí bajo la lluvia hacia el lugar secreto. En mi rostro, la lluvia se llevaba mis primeras lágrimas de amor convirtiéndolas en barro. Cuando llegué, aquel lugar me pareció un sitio completamente diferente, el aroma a romero y hierba buena apenas se percibía por la humedad de la tierra y el gris rumor de la lluvia sobre las cañas no dejaban escuchar el correr del río.

Ella no estaba, y en el centro de la poza solo pude ver las ondas que la lluvia creaba sobre el espejo dormido del manso río. Curiosamente me pareció que el río reservaba el hueco para su cuerpo donde el agua permanecía lisa y suave, ajena al temblor de las gotas que caían del cielo. Antes de marcharme, salí de mi escondite para dar un último vistazo a aquel lugar que tantas emociones me había proporcionado. Por cobardía no lo había hecho ninguna tarde, o quizás por miedo a no volver a verla. Un segundo antes de dar media vuelta, sobre una gran roca que había en el lado opuesto de la poza, me pareció ver algo rojo que destacaba de los tonos grises de aquel día. Me acerqué y sobre unas verdes hojas había un montoncito de moras rojas. Junto a estas, en una pequeña bolsita de plástico, había un mechoncito de pelo azabache y una nota, en la que leí mientras la lluvia emborronaba su tinta… “El verano que viene, no tengas miedo de salir de tu escondite”.

Sinuhé


Fotografía de Molinatron

Fragancias y caminares


Hoy hace seis años, siete meses y tres días que comencé a caminar.

Aquella fue una mañana como otra cualquiera. Recuerdo que era un sábado del mes de junio, al despuntar el sol en el horizonte cogí mi caña de pescar y anduve el camino hacia el rompeolas que tantas veces había recorrido. Sentado sobre las rocas, la espuma del mar salpicaba mi rostro cuando las olas rompían sobre el espigón. El sol tostaba mi piel y el viento batía mi cuerpo regalándome aromas a sal y a lejanía.

Hacía ya unos años que vivía en aquel pueblecito y, desde entonces, mi vida transcurría mansa y sin preocupaciones. Los recuerdos de mi niñez en las visitas veraniegas que hacíamos a mis abuelos pasaban nítidas bajo mis párpados y, ahora que todos habían desaparecido, la soledad me abrumaba en infinitas noches insomnes y tormentosos días grises. Mis padres habían fallecido en un accidente de automóvil hacía ya unos años y mi abuelo se marchó poco después derrotado por una larga enfermedad. Cuando mi abuela se quedó sola, no dudé ni un solo instante en abandonar la ciudad y mudarme con ella para apurar a su lado los últimos años de su vida. Desde que ella también se marchó, hacía ya tres meses, solo los recuerdos y la tranquilidad de mi espigón me ataban a aquel lugar de alguna forma intangible. Los últimos años pasados en aquel rincón junto al mediterráneo también me habían alejado de mi anterior vida en la ciudad, de mi trabajo, de mis amigos y ahora, me sentía como un perro sin dueño, sin ningún lugar al que acudir para que me acariciaran en lomo en los anocheceres yermos.

Aquella mañana, con el rostro alzado al sol, el viento me obsequió con un aroma nuevo. Una esencia que jamás había sentido entre los cientos de miles que el océano había arrastrado durante aquellos años hasta mi torre de vigía. Como el humo de un cigarrillo, el dulzor de aquel bálsamo atravesaba la salinidad del aire y se introducía en mí ser de forma pura e inmaculada, sin ningún tipo de matiz ni de contaminación. Las aletas de mi nariz crepitaban como alas de mariposa intentando capturar hasta el más leve resquicio de aquella fragancia. Mareado y aturdido abrí lentamente los ojos y enfocando el perfil del mar me pregunté si sería posible… si más allá de aquel confín existiría un ser capaz de emitir aquel perfume… si sería probable que en algún lugar del mundo de una mujer brotara sirope en alfaguara.

Una pequeña luz se iluminó en mi interior en aquel preciso instante. Quizá fuese una locura, pero aquel pequeño resquicio de ilusión era lo único que necesitaba para emprender un nuevo camino en mi vida. Me preparé una pequeña mochila con un par de mudas, mis documentos, unos libros y mi bloc de escritura. Le dejé la llave de la casa a la vecina, una viejita lozana y entrañable que desde la infancia había sido amiga de mi abuela, para que cuidara de los geranios y de las hortensias que con tanto mimo había cultivado esta.

Baje hasta la playa y comencé a caminar junto al mar, hacia el sur, hacia el lugar de donde sentí llegar aquel aroma. A un par de kilómetros, me giré un instante para contemplar por última vez aquel precioso lugar en el que habían transcurrido los últimos años de mi vida, sin la certeza de volver a verlo alguna vez de nuevo, memoricé su perfil de blancas casitas encaladas y amontonadas en desorden contrastando con los coloreados barcos pesqueros que, a aquellas horas, retornaban de faenar al abrigo de una nube de bulliciosas gaviotas ansiosas por embucharse su almuerzo gratuito.

Caminé, siempre cerca del mar recorrí cientos y cientos de kilómetros por estrechos y solitarios senderos a veces, otros por carreteras y caminos más transitados. La mayor parte del tiempo solo con mis pensamientos y, algunos días, acompañado por algún caminante que como yo, recorría el mundo en busca de su particular sueño. Pasaron los meses y cada vez, la lista de los lugares por donde había pasado se hacía más y más larga. Pasó un otoño… y un invierno… y una primavera, y un verano en algún lugar tan frío que no supe distinguir si en realidad era verano. En algunas temporadas, el perfume me llegaba amplificado y guiaba mis pasos hacia el sin el más mínimo riesgo de pérdida. Otras veces, perdía el rastro casi por completo y me detenía durante días y días sentado al borde de abruptos acantilados, hasta que conseguía de nuevo captar una pequeña hebra del azucarado olor para poder proseguir mi camino.

Me alimentaba de lo que me ofrecía el mar y la naturaleza y, en algunas ocasiones, del afecto de la buena gente que encontraba a mi paso. Dormía bajo las estrellas cuando el clima me lo permitía, y cuando no, al socaire en bosques, graneros o pequeños refugios junto a la costa.

Recorrí continentes enteros y, cuando en algún lugar se me agotaban las costas, trabajaba en cualquier cosa durante una temporada para pagarme el pasaje en un barco hacia un nuevo litoral y, otra vez comenzaba mi camino. Pasaron los años. Anduve por playas de arenas blancas, negras y tostadas, caminé por miles de pueblos y ciudades, anduve bajo la lluvia y la nieve, crucé ríos y escalé escarpadas montañas. Me hablaron en decenas de idiomas, conocí a gentes de todo tipo y bebí de cientos de fuentes y pozos, pero en ningún momento, dejé de guiarme por esa fragancia que como etérea brújula, me arrastraba hacia ella cada vez con más fuerza.

Un día a principios de enero, mientras caminaba descalzo por una desierta playa, la fragancia llegó a mí de la forma más amplia y limpia que lo había hecho hasta ese momento. Aspirándola fuertemente, sentí que me encontraba ya muy cerca de la fuente de aquel mágico y embriagador olor. En la orilla, a pocos metros ante mí, estaba sentada una mujer con unos preciosos ojos oscuros y un pelo largo y brillante que caía sobre sus mejillas. Aquella mujer me miraba mientras me acercaba mostrándome una bella sonrisa y, de vez en cuando, apretaba graciosamente sus labios de forma nerviosa. Cuando llegué hasta ella, me senté a su lado en silencio y los dos contemplamos durante largo rato la infinidad del océano. Hacía frío, ella cubría sus hombros con una cálida manta y levantando su brazo, me ofreció cobijo junto a ella.

-¿Te gusta contemplar el mar? Le pregunté.

-Hace seis años, siete meses y tres días, estaba una mañana aquí sentada y un lejano aroma a sal y a romero penetró hasta mí corazón a través del dulce viento y, desde entonces, todas las mañanas he venido a este lugar para volver a sentirlo. Cuando te vi venir hacia mí caminando por la playa, supe que ese aroma provenía de ti. Me contestó.

-¿Eres tú mi hombre de sal? Me preguntó acercando sus labios a mi oído.

-¿Eres tú mi mujer de sirope? Le contesté acercando mis labios a los suyos.

La mutua respuesta a nuestras preguntas fue un anhelado beso y de este, brotó un manantial de amor que sació nuestra sed durante el resto de nuestras vidas.

Sinuhé. Reeditions.

Un día diferente





Hace unos días, haciendo unos recados por el centro de Valencia, pasé por la plaza del ayuntamiento y en un lateral vi que habían puesto un pequeño grupo de esculturas en exposición. Como no puedo dejar nunca de ver estas cosas, me acerqué curioso y no imagináis cual fue mi sorpresa al comprobar que se trataba de esculturas originales de Auguste Rodin. Y entre ellas, una que desde hace años tenía muchas ganas de ver, "El pensador".

Normalmente estas estatuas están en el museo Rodin de París, pero parece ser que están rehabilitandolo y mientras tanto las han prestado para esta exposición itinerante.

En fin, un sueño cumplido más que cambió un día sin nada especial en un día memorable. Como siempre llevo una cámara en el bolsillo, aquí os dejo algunas fotos. En mi álbum de flickr se pueden ver en tamaño grande.

Saludos¡¡





Concurso de relatos


Un libro y un concurso de relatos.

En mi otro blog, Tejiendo el Mundo, os planteo un pequeño concurso de relatos. En el enlace que dejo más abajo encontraréis toda la información al respecto.

Espero vuestra participación... ¡Hay libros gratis para los mejores!!



El héroe del barrio





Hoy, dentro de lo trágico de la situación, me he llevado una grata sorpresa al comprobar que todavía queda gente con buenos sentimientos; gente que es capaz de poner su vida en riesgo gratuitamente por salvar la vida de su prójimo.

El prójimo es éste caso ha sido un vecino, aunque en esta sociedad deshumanizada y acelerada que nos toca vivir, los vecinos son en muchos casos completamente desconocidos.

La cuestión es que al rato de llegar a casa comenzó a extenderse un fuerte olor a quemado y, a los pocos segundos, una densa nube de ennegrecido humo acompañada de un enorme griterío han invadido todo el vecindario.

Mis padres, mi hermana y yo, con las narices pegadas al cristal de la ventana, hemos podido ver como una de las casas bajas de la acera de enfrente, la de la anciana que tiene un montón de perros, ardía en llamas.

Los aullidos agudos de los perros se escuchaban mezclados entre el crepitar y crujir de maderas y muebles y los gritos del gentío, que a una distancia considerable, contemplaban el espectáculo formando un semicírculo en medio de la calle.

En eso estábamos, imaginando en nuestras mentes los churrascos en los que se iban a convertir tanto la anciana como sus canes cuando, Manolo el frutero, que regenta su negocio un poco más abajo de la calle y al que la cosa le ha pillado cuando estaba bajando la persiana, se ha hecho hueco a manotazos entre el gentío y, sin pensárselo dos veces, se ha acercado a la casa, le ha dado un patadón a la puerta y se ha colado dentro.

El silencio se ha hecho de repente, parece que todo el mundo ha contenido la respiración durante el minuto largo en el que el frutero ha estado dentro de la casa, hasta que al fin ha salido con la anciana en brazos. En ese momento la gente ha estallado en vítores de alegría, pero Manolo, héroe declarado del barrio a partir de hoy, ante la mirada atónita de todos los parroquianos se ha vuelto a introducir en la casa hasta tres veces más, para sacar en cada ronda a dos perros bajo los brazos, hasta el total de seis que tenía la viejecita.

En fin, seguro que la heroicidad de Manolo es portada mañana en todos los periódicos y el tema del incendio queda en segundo lugar. No ha estado mal, aunque no es precisamente lo que yo tenía en mente… la próxima vez tendré que usar más gasolina.

FELIZ HALLOWEEN PARA TODOS


Sinuhé


Suavemente... entre lineas



/suavemente te balanceas sobre mí

y apuras al máximo tus frenadas/


/sobre mi pecho

tus uñas son alfileres

que bordan tu nombre en temblorosas puntadas/


/me aferro a tus senos

y con los dientes me anclo a la almohada

te elevas… pero no te escapas/


/gravita en el aire la cama

sopla el poniente

y se prenden las sábanas/


/relucen tus ojos como bengalas

y llueven confetis

en la madrugada/


/sonríes, explotas

cierras los ojos

y en tus rostro se forman mil caras/


/suavemente te balanceas sobre /

/tu allá, en el firmamento/

/yo acá, desapareciendo/


/lentamente, regresamos al suelo…



mañana amor… te susurraré otro cuento/





Sinuhé

Uno partido por dos

perfecto es él

incompleto ser

haz de luz

cerbero del hades

crupier de mis anhelos

traidor faro en ruinas

que iluminas mi ceguera a tu antojo, o…

que me sumes en tu marchita oscuridad

me haces frotar tu lámpara maravillosa

hasta que caigo exhausto, y…

para pedir tres nuevos deseos

me haces sacrificar lo ya conquistado



Sinuhé

Un tipo rojo en mi jardín



Mañana de domingo, los primeros rayos del sol penetran por la ventana, alargo el brazo para despertar a mi mujer y al palpar las sábanas arrugadas recuerdo que se marchó temprano para recoger a unos familiares en el aeropuerto. Me levanto y arrastro mis pies descalzos hasta la cocina con la intención de prepararme un café bien cargadito. Un fuerte crujir de ramas en el jardín me sobresalta cuando estoy poniendo el café en el filtro y desparramo por el suelo la última dosis de mi jamaicano preferido.

Mal comienza el día. Salgo en calzoncillos al jardín para ver qué coño pasa y, bajo mis moreras recién plantadas, veo a un tipo de color rojo tirado sobre el césped. Lo primero que pienso es en mis moreras, el cabronazo me las ha partido las dos, con la sudada que me pegué para plantarlas y ahora tendré que hacer doble faena. Lo segundo que pienso es en el tipo rojo, ¡¡Joder!! ¿Qué hará un tío de color rojo y desnudo en mi jardín un domingo por la mañana?

Me arrimo y le doy unas pataditas para ver si reacciona, parece que duerme plácidamente e incluso se pone a roncar estrepitosamente. Bastante mosqueado por la invasión de mi terreno y por mis arbolitos destrozados, agarro la manguera y le doy un buen baño de agua fresca. Cuando cae el agua sobre él comienza a desprender una gran humareda y suena igual que cuando se mojan brasas incandescentes. Me quedo allí un rato mirando un tanto atontado y pensando quien carajo será el Hell boy de los huevos.

Cuando me dispongo a dar media vuelta para entrar en casa y telefonear a la policía, el tipo parece despertar de su letargo. Lentamente se levanta un tanto aturdido y mira a su alrededor. Yo me encuentro a escasos metros de él y cuando se levanta observo que es bastante más grande que yo en todos los sentidos, me saca un par de palmos de estatura y otro par de palmos en el rabo delantero ¡Si,sii!! Porque detrás tiene otro rabo largo como una culebra y acabado en punta de flecha.

-¿Qué pasa tío? Me dice mientras bosteza y se rasca la entrepierna.

-¿Quién coño eres tú y de dónde has salido? Le pregunto dando un par de pasos hacia atrás.

Vuelve a mirar alrededor suyo y luego mira hacia el cielo y más tarde, poniendo cara de resignación me dice.

-Vaya, siento lo de tus arbolitos… de todos modos se te iban a morir este invierno, creo que no tienes ni puñetera idea de jardinería. Respondiendo a tu pregunta, me conocen de muchas maneras, pero puedes llamarme Angel.

-¿Angel? Pues yo diría que más bien te pareces al demonio. Le pregunto retrocediendo otro par de pasos.

-Ah.. si.. algunos también me llaman de esa manera, de todos modos cada uno me ve como me imagina, hay mucha gente que me ve todavía como un ángel y otros como tú, me ven de esa forma estúpida en la que a algún desgraciado se le ocurrió dibujarme una vez… bueno, por lo menos has desechado los cuernos y las patas de carnero.

-¿Y se puede saber cómo has venido a parar a mi jardín? Le pregunto.

-Pues verás… es bastante sencillo de comprender. Hace unos meses, el altísimo, un tanto harto de que sus blancas almas cayeran por descuido desde el cielo, decidió cambiarnos de lugar. Instaló el paraíso donde antes estaba el infierno y nos dejó todo el cielo diáfano a nosotros, los pecadores confesos. Fue toda una cabronada, porque no hay quien viva allá arriba. Siempre tienes que andar mirando por donde pisas para no caer. Y ya ves, anoche tuvimos una pequeña fiesta que como es normal entre nosotros, acabó en orgía desenfrenada y al ratito ya estábamos todos borrachos como cubas… supongo que caí en algún momento medio inconsciente por el alcohol.

-¿Estarás de coña, no? Le pregunto con cara de incredulidad.

-Pues no, además tendré que esperar aquí hasta que bajen a recogerme y pueden pasar incluso días cuando despierten todos de la bacanal y se den cuenta de que he caído. Tendremos que adecentar un poquito esto si tengo que esperar aquí… la verdad, tienes una casa un poquito sosa.

-¿Se puede saber que le pasa a mi casa para que la encuentres sosa? Le contesto.

- Pssss… Me dice mientras le da otro vistazo general a todo el jardín. Y dando unos chasquidos con los dedos comienzan a aparecer por arte de magia decenas de mujeres en bikini, los beach boys cantando en un pequeño escenario, un pequeño parque acuático junto a la piscina, un bar de cockteles como los de las playas jamaicanas, una zona para hacerse masajes thailandeses, otra zona donde varias mujeres practican la lucha en el barro, un concurso de miss camisetas mojadas… en fin, con cuatro chasquidos de sus dedos mi triste y anodina casa se convierte en la casa del play boy.

-¿Ahora ya está algo mejor, no crees? Me pregunta alzando la voz entre la música.

-¡¡Pues la verdad es que tenias razón¡¡ Le contesto mientras varias mujeres me llevan en volandas hacia la piscina.

Casi sin darme cuenta me dejo llevar por el momento y tras dar el premio a miss camiseta mojada, probar varios cockteles en el bar jamaicano, perseguir a varias mujeres por el parque acuático y bailar un buen rato al ritmo de los beach boys, acabo tumbado desnudo con un puro abano en una mano y un Bloody Mari en la otra, mientras un par de thailandesas me hacen un masaje en la espalda a cuatro manos. De reojo veo que se acerca Angel acompañado de cinco o seis tipos bastante parecidos a él pero de tamaños dispares. Angel se agacha junto a mí y me dice.

-Bueno tío, me tengo que marchar ya.

Y “FLUSSSHHHH”, todo desaparece en un segundo y allá donde estaba Angel y sus amigos, aparecen boquiabiertos mi mujer, su hermana y mi cuñado, mis suegros y unos amigos de estos que han venido a pasar unos días.

-¿Se puede saber que haces aquí desnudo fumándote un puro y tomándote un cocktail a estas horas de la mañana? Me pregunta mi mujer bastante indignada por la estampa.

-No te enfades cariño, le contesto mientras tapo mis partes íntimas con lo primero que pillo, que parece ser un tanga de color fucsia… esto tiene una explicación… esta mañana, me levanté a prepararme un café y escuché un crujir de ramas en el jardín, y…

Sinuhé. (Reeditions)

Los viejos del parque




Hoy ha salido el sol y el parque, tras varios días de lluvia incesante e incómoda, es un hervidero de vida. Decenas de niños corretean por doquier con ese zumbido típico del júbilo infantil desenfrenado. Las madres forman corros donde se mezclan a partes iguales alabanzas y críticas feroces sobre temas un tanto banales. Algunos padres aislados comentan la última cagada de Alonso en el gran premio de Canadá. En los bancos más aislados, huyendo un poco del barullo, los jubilados se ponen al día tras varios de incomunicación forzosa. Otros niños algo más mayores juegan a fútbol usando de portería las persianas metálicas de los bajos, para perpetuo escarnio de los vecinos de las primeras plantas. Gente paseando a sus perros, bicicletas, niñas con sus patines, pequeños exploradores en busca de hormigueros entre el césped… La estampa feliz de un día cualquiera, en cualquier parque, a cualquier hora de un día soleado.

De repente, se escucha un grito de aviso proveniente de los niños mayores que juegan a fútbol. Todos en el parque giran sus cabezas hacía allí. Un balón se dirige a una velocidad infernal hacia el banco donde se calientan al sol plácidamente los jubilados. El tiempo parece ralentizarse y los hechos son percibidos en cámara lenta. Los ancianos, enfrascados en acaloradas discusiones sobre la subida del precio del pan de molde, parecen no percatarse del inminente impacto mientras que a su alrededor, fotograma a fotograma, las mujeres se echan las manos a la cabeza.

Cuando el endemoniado esférico está a escasos centímetros del grupo de ancianos, el que está más próximo reacciona en décimas de segundo y levantándose ágilmente de un salto para el balón con el pecho y luego le da unos toquecitos con las rodillas y lo vuelve a elevar en el aire sobre sus cabezas, el segundo anciano, que está a su lado, suelta el andador y doblando su espalda cual contorsionista de circo, amortigua el balón entre su cuello y su omoplatos unos segundos, luego lo deja deslizarse lentamente por su espalda y le da un taconazo volviéndolo a elevar en el cielo azul hasta que el último anciano, impulsándose enérgicamente con su pie derecho sobre el banco, se eleva unos tres metros sobre el suelo y girando sobre sí mismo 360º, realiza una espectacular chilena golpeando certeramente el balón y empotrándolo en la portería metálica, ante la mirada atónita de los jóvenes futboleros.

Los ancianos retoman su discusión como si nada y las madres y los niños prosiguen con sus críticas y sus juegos. La estampa feliz de un día cualquiera, en cualquier parque, a cualquier hora de un día soleado.


Sinuhé

Primera lección de Tango


Ella lo veía todos los días al salir de clase a través de aquellos enormes cristales. Sus amigas se reían de ella y decían entre risas que se había enamorado de un viejo, pero a ella eso le traía sin cuidado y no había tarde en que las huellas de sus quinceañeras manos no quedaran marcadas en el vaho de aquellas ventanas.

A través de los gruesos vidrios se filtraba dulce la voz de Gardel hasta sus oídos y mientras lo observaba bailar, imaginaba que aquellos tangos se habían escrito expresamente para que aquel hombre los bailara. Las mujeres revoloteaban entre sus brazos de forma inconsciente e incluso en algunas ocasiones a ella le parecía ver como las carnes de aquellas hembras se evaporaban en el interior de sus ropas y tan solo quedaban las telas volátiles enredándose desvergonzadas entre las piernas de aquel hombre.

Pero a ella eso no le iba a suceder y aquel día, cuando todas las alumnas se habían marchado ya y las luces se iban apagando, entró, y mientras se dirigía hacia él, se desprendió de toda su ropa y con tan solo sus zapatos negros de baile, se dispuso a que aquel hombre la hiciese bailar el primer tango de su vida.

Sinuhé (reeditions)

¡CLICK!



Siempre fui un tipo con suerte. Desde joven poseí el don del acierto, y la suerte no me ha abandonado nunca desde entonces. Jamás he dudado en mis apuestas y siempre he salido airoso de ellas. El azar me ha reportado una vida sin aprietos, llena de lujos, que la mayoría de gente ni tan siquiera puede llegar a soñar. Nunca han faltado a mi alrededor preciosas mujeres, ropa cara y coches a la carta. Pero amigos, es una cosa curiosa esto de la suerte, el ganar siempre acaba por convertirse en una carga pesada. La suerte en exceso termina por ser algo demasiado envidiado y el receptor de la suerte, la materialización de esas envidias. Ahora me doy cuenta de que todo el mundo que pasó por mi vida no fue más que por mi suerte, quizás con la intención de conocer mi secreto o de beneficiarse de algún modo de mi don afortunado.

Con el tiempo, la suerte me ha llevado a convertirme en un ser solitario. Ya no es ningún aliciente para mí el ganar fajos de billetes en los casinos, me siento totalmente indiferente cuando veo en mis manos el cupón ganador de la lotería de la semana. Todo el mundo se aparta de mí, ya no encuentro compañeros de mesa en las timbas de poker porque a nadie le gusta jugar a sabiendas que perderá sin ningún género de dudas. Ahora, el juego ya no es para mí ningún placer y tan solo apuesto cuando las putas y el alcohol han quemado todo mi dinero. Me arrastro con nocturnidad por los clubs oscuros de la ciudad y me despierto con dolor de cabeza en cualquier cama desconocida.

Pero hoy es un día diferente, aquí sentado en esta mesa, siento de nuevo ese cosquilleo en las manos que hacía años que no sentía. Tiemblo de emoción al girar el tambor del revolver. Me trae sin cuidado el dinero que se amontona sobre la mesa, me traen sin cuidado los rostros sádicos que me miran aguantado sus sucias respiraciones. Hoy me siento de nuevo vivo y juego porque tengo ganas de jugar. Apoyo el hierro frío de la pistola sobre mi sien, sonrío y lentamente aprieto el gatillo… ¡click!... puta miseria, no hay bala en la recámara. Dejo de sonreír, hoy, por primera vez en mi vida, he tenido mala suerte.


Sinuhé (Reeditions)

Dueto




Fue en una noche a finales de verano. La temperatura era todavía agradable y el cielo se mostraba completamente despejado dejando desnudo su brillante relieve estrellado. Cuando se apagaron las luces, el público cesó sus animadas charlas y el silencio se adueñó de todo el recinto. Prácticamente todo el aforo estaba completo y apenas se observaban algunas localidades vacías diseminadas por algunas filas.

Comenzó el concierto y la música lo inundó todo con sus mágicas notas. Guitarras, violines y chelos acariciaban los cinco sentidos de un público hipnotizado, que escuchaba extasiado aquella orgía musical de notas y acordes.

Pero entre los cientos de personas que aquella noche gozaban de aquel concierto, solo dos, que nunca se habían conocido, la sentían introduciéndose lentamente en su corazón. Él, sentado en tercera fila a la derecha, era la primera vez que escuchaba aquella música en directo y todavía no salía de su asombro ante el impacto emocional que le estaba produciendo. Completamente paralizado, incluso intentaba ralentizar el sonido de su respiración para que no contaminara aquellas bellas notas de contrabajos y flautas dulces, que viajaban nítidas y temblorosas hasta sus oídos.

Ella, sentada en la zona central, totalmente absorta del resto del mundo, se estremecía de puro placer al sentir como se erizaba su piel al paso de las notas del chelo, que lanzadas desde las cuerdas, impactaban en su piel como gotas de lluvia.

En ciertos momentos, y sin saber porqué, las melodías les obligaban contra su voluntad a cambiar de asiento. Y así, el operador de sonido que se hallaba en el altillo de la parte trasera del recinto, pudo observar como cada cierto tiempo, dos personas entre el público alejadas una de la otra, se levantaban y se volvían a sentar al unísono en diferentes lugares.

Llegó la última canción, la más dulce y bonita de todas. Jamás sonaron mejor los instrumentos, jamás se enredaron sus sonidos de forma más conjuntada y mágica. Al terminar la última nota, todo el público se levantó rompiendo en aplausos interminables.

Todo el público menos dos.

Ella, apoyando la cabeza en su pecho.

Él, abrazándola tiernamente.

Los dos, para siempre en un mundo diferente.


Sinuhé (Reeditions)

De eso que se vuelve inexplicable...


Morfeo comienza a acariciar mis párpados. Escucho un suave susurro…sssshhhh…no sé si proviene del sueño o de la realidad.

Entreabro levemente los ojos y veo una mortecina luz azulada brotando del interior del armario. La puerta se abre lentamente, solo un poquito, y aparece tu rostro iluminado y, en silencio, me haces señas para que vaya contigo.

Me incorporo en el borde de la cama, me levanto y me dirijo descalzo hacia tus brazos. Coges mi mano y me arrastras hacia ti y al cerrar la puerta ya no hay armario. Ante nosotros nace un sendero que serpentea por riscos escarpados hacía lo más alto de un acantilado desde donde se divisa un mar embravecido. Esta atardeciendo; negras nubes presagian en el horizonte la inminente tormenta.

Aromas de ozono y de tierras húmedas impregnan cada gramo de aire que absorbo. Me llevas de la mano por el sendero hasta lo alto del acantilado y allí, sobre una suave roca, esperamos juntos la tormenta. No existen sonidos, el viento azota el mar y gigantescas olas rompen contra las rocas vaporizando millones de litros de agua y de sal, pero no hay sonido… todo se produce en silencio… observo maravillado tu cabello que ondea como los campos de trigo en mayo. Acaricias mis manos… te demoras en ellas, en sus rincones.

Sobre el mar se aceleran las plomizas nubes y entre remolinos de azules y grises indisolubles comienzan a lanzar sus eléctricas lenguas de camaleón a la caza de incautos marineros. Ya llega. De repente el primer sonido…el sonido, el trueno, explosiona la atmósfera y su onda expansiva atraviesa nuestros cuerpos haciéndonos vibrar de pura emoción. Con el trueno renacen todos los sonidos silenciados y el zumbido del viento golpeando nuestros rostros y el estallido del mar contra las rocas se nos muestran ahora magnificados.

El fuerte viento lanza las primeras gotas que, como húmedos kamikazes se suicidan contra nuestros receptivos cuerpos. Apoyo mi cabeza en tu pecho y percibo con el tiempo casi detenido las pequeñas ondas que se crean en tu piel ante los fríos impactos. En el valle que crean tus costillas se forma un pequeño lago que crece lentamente alimentado por los pequeños fluyentes que bajan desde tus pechos, hasta que irremediablemente, se desborda y una primera gota abre el camino al resto hacia tu tembloroso ombligo, luchando contra el fuerte viento, que celoso, la hace zigzaguear a su antojo. Al final, la gota consigue llegar hasta tu ombligo y en el preciso instante en el que se introduce dentro, un relámpago, billones de vatios que dejan al resto del universo a oscuras, resplandece en el firmamento como nuclear explosión grabando a cincel tu ombligo en mis retinas.

Un segundo después estalla el trueno…me acurruco entre las mantas y escucho el azote de la lluvia contra los ventanales. En la oscuridad de mi cuarto sonrío empapado y cuando abro los ojos… ya no veo nada… tomo consciencia de que jamás volveré a ver nada… solo tu ombligo, levitando perpetuamente a veinte centímetros de mi.


Sinuhé

La prosa de los vientos


Como suave brisa marina, me colaré bajo tus sábanas tamizándome por los tramados encajes de tus sueños… y de tus bragas.


Seré Céfiro templado del sur, desde el este de tus pies al oeste de tus nalgas…

Galerna impredecible que caldeará tu cama.

Xalóc constante, Siroco ardiente, Bóreas huracanado que lamerá tu piel,

tu clítoris… y quizás tu alma.


Seré gregal en tu vientre, Tramontana en tus caderas, Vardarác entre tus pechos y en tus mejillas, Sudestada.


Del sotavento de tu nuca me susurraré convertido en Kóshkil, a ratos desde tu cuello y otros…hasta tu sueño.


Seré monzón en tus labios, para llenarte de lluvia.

Poniente en tus manos para que me arañes con furia.

Seré Cierzo en tus ojos, Terral en tu popa y … al alba… Alisio derramado en tu boca.


Y al marcharme te soplaré un te quiero

y en tu cama… quedarás en calma,

soñando que fue mi viento, el que entre tus piernas…

mojó tu sábanas.


Sinuhé

¿Alguien quiere un Chihuahua?



Bueno, hoy voy a hacer un poco de autopropaganda y os traigo a estos pequeños chihuahuas que están en venta y pertenecen a un criadero al que les he hecho la página web. Si estais pensando en tener una mascota os recomiendo esta raza, que es ideal para tener en casa por sus características. En la web hay muchas más fotos e información sobre ellos.
No seais muy críticos con la web, es la primera que hago y todavía está pendiente de mejoras, jeje



Un saludo

Google dreams





Un pequeño punto azul y brillante aparece de pronto ante la inmensidad oscura que se extiende ante mí.

Lentamente, el pequeño punto toma proporciones gigantescas y me encuentro estupefacto y maravillado ante lo que contemplan mis ojos. Estoy literalmente flotando en la inmensidad del espacio y bajo mis pies, la tierra me regala su espléndida redondez desplegando solo para mí sus mil tonos de azules y blancos. La verdad, no me importa demasiado saber cómo he llegado aquí y no pienso estropear este mágico momento en elucubraciones disparatadas.

Como en un juego, descubro que cuando me fijo en un punto en concreto del planeta, éste se agranda de forma automática. Sonrío y me dispongo a explorar esos rincones que siempre he querido visitar.

Entre cerrando los ojos, enfoco un punto perdido del lejano desierto arábigo. Acto seguido, la tierra se abalanza sobre mí y de las arenas blancas emerge un pequeño y verde vergel de altas palmeras flanqueado de pequeño riachuelos que forman en el centro un pequeño y cristalino lago. A vista de pájaro, contemplo a decenas de mujeres desnudas que se bañan en las orillas del lago. Sus pieles morenas y sus turgentes pechos brillan al sol bajo miles de pequeñas gotitas que salpican sus esculturales cuerpos como purpurina plateada.

Noto como mi temperatura corporal alcanza temperaturas, probablemente, superiores a las del desierto que rodea el oasis.

Desenfoco mi visión y el planeta azul vuelve a alejarse automáticamente. Ahora me fijo en u pequeño punto blanco al norte de Suecia. En un instantáneo zoom me planto en un lugar montañoso de cumbres nevadas. Una pequeña casa de madera y a pocos metros, unas pequeñas piscinas naturales de aguas humeantes y cálidas, sobre las rocas, un grupo de bellezas nórdicas me muestran sus blancos y estilizados cuerpos, sus cabellos rubios y sus interminables piernas, sudorosas y resbaladizas por el vapor de estas remota sauna natural.

Creo que el corazón se me va a salir del pecho de un momento a otro. Desenfoco de nuevo y minimizo el planeta, cuando me dispongo a enfocar hacia una solitaria isla caribeña, observo por el rabillo del ojo que un objeto pequeño y plateado se dirige hacia mí a toda velocidad. Sin apenas tiempo de reaccionar, el objeto me golpea fuertemente en la cabeza. Durante los escasos segundos en los que siento como mi conciencia se desvanece, veo que la cosa que me ha golpeado es el Sputnik.

De repente despierto sobresaltado y calenturiento en mi cama. ¡Maldita sea! Con tanta basura espacial ya no puede uno ni soñar tranquilo. Mientras me preparo el café de la mañana pienso que quizás debería de pasar menos horas jugando con el google earth.

Sinuhé

cara B




El puente se hallaba lejano y María vivía al otro lado.


Y aquella mañana, cuando se sorprendió caminando sobre las aguas del río, fue consciente de todo el tiempo que había desperdiciado bordeando sus riveras.



Y a su necesidad… algunos la llamaron milagro.



Sinuhé (Reeditions)

Que le pongan mi nombre a tus labios


QUE LE PONGAN MI NOMBRE A TUS LABIOS


En el kilómetro tres de tus piernas

hice alto en mi camino.

Y subiendo por la vereda

que recorre el monte divino,

absorbí tus fragancias frescas

y me embriague con tu dulce vino.


Por el peso de la mochila, tenía mi cuerpo roto

y me tumbé un ratito a descansar.

A la sombra de tus caderas,

mi energía volvió a brotar,

y por las sendas de tu vientre

proseguí alegre mi caminar.


Maravillado contemplé tu ombligo,

pero ya anochecía y a mi pesar,

solo unos instantes pude gozar

del rojo atardecer del sol, dorando tu rubio trigo.


Al amparo de tus dulces pechos

hice noche a descansar,

y bajo millones de estrellas,

soñé que tu cumbre podría coronar.


Con el frescor del alba reanudé de nuevo mi andar.

Trepé hasta tus pezones…


(¿Sabías que desde allí se ve el mar?)


Y salvando los desniveles

a tus mejillas conseguí llegar.


Exhausto por el esfuerzo

pero henchido de felicidad,

ya había alcanzado mi meta…

ya tus labios pude besar.


Y allá, en la alta cumbre que jamás nadie pudo alcanzar,

más alta que el mar de nubes,

más bella que ningún lugar…

Me bebí tus horizontes

comprendiendo lo que era amar.

***

y allí me encontraron muerto

unas semanas atrás…


porque yo descubrí tus labios

y de ellos

me negué a bajar.


Sinuhé