Morfeo comienza a acariciar mis párpados. Escucho un suave susurro…sssshhhh…no sé si proviene del sueño o de la realidad.

Entreabro levemente los ojos y veo una mortecina luz azulada brotando del interior del armario. La puerta se abre lentamente, solo un poquito, y aparece tu rostro iluminado y, en silencio, me haces señas para que vaya contigo.

Me incorporo en el borde de la cama, me levanto y me dirijo descalzo hacia tus brazos. Coges mi mano y me arrastras hacia ti y al cerrar la puerta ya no hay armario. Ante nosotros nace un sendero que serpentea por riscos escarpados hacía lo más alto de un acantilado desde donde se divisa un mar embravecido. Esta atardeciendo; negras nubes presagian en el horizonte la inminente tormenta.

Aromas de ozono y de tierras húmedas impregnan cada gramo de aire que absorbo. Me llevas de la mano por el sendero hasta lo alto del acantilado y allí, sobre una suave roca, esperamos juntos la tormenta. No existen sonidos, el viento azota el mar y gigantescas olas rompen contra las rocas vaporizando millones de litros de agua y de sal, pero no hay sonido… todo se produce en silencio… observo maravillado tu cabello que ondea como los campos de trigo en mayo. Acaricias mis manos… te demoras en ellas, en sus rincones.

Sobre el mar se aceleran las plomizas nubes y entre remolinos de azules y grises indisolubles comienzan a lanzar sus eléctricas lenguas de camaleón a la caza de incautos marineros. Ya llega. De repente el primer sonido…el sonido, el trueno, explosiona la atmósfera y su onda expansiva atraviesa nuestros cuerpos haciéndonos vibrar de pura emoción. Con el trueno renacen todos los sonidos silenciados y el zumbido del viento golpeando nuestros rostros y el estallido del mar contra las rocas se nos muestran ahora magnificados.

El fuerte viento lanza las primeras gotas que, como húmedos kamikazes se suicidan contra nuestros receptivos cuerpos. Apoyo mi cabeza en tu pecho y percibo con el tiempo casi detenido las pequeñas ondas que se crean en tu piel ante los fríos impactos. En el valle que crean tus costillas se forma un pequeño lago que crece lentamente alimentado por los pequeños fluyentes que bajan desde tus pechos, hasta que irremediablemente, se desborda y una primera gota abre el camino al resto hacia tu tembloroso ombligo, luchando contra el fuerte viento, que celoso, la hace zigzaguear a su antojo. Al final, la gota consigue llegar hasta tu ombligo y en el preciso instante en el que se introduce dentro, un relámpago, billones de vatios que dejan al resto del universo a oscuras, resplandece en el firmamento como nuclear explosión grabando a cincel tu ombligo en mis retinas.

Un segundo después estalla el trueno…me acurruco entre las mantas y escucho el azote de la lluvia contra los ventanales. En la oscuridad de mi cuarto sonrío empapado y cuando abro los ojos… ya no veo nada… tomo consciencia de que jamás volveré a ver nada… solo tu ombligo, levitando perpetuamente a veinte centímetros de mi.


Sinuhé