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Dueto




Fue en una noche a finales de verano. La temperatura era todavía agradable y el cielo se mostraba completamente despejado dejando desnudo su brillante relieve estrellado. Cuando se apagaron las luces, el público cesó sus animadas charlas y el silencio se adueñó de todo el recinto. Prácticamente todo el aforo estaba completo y apenas se observaban algunas localidades vacías diseminadas por algunas filas.

Comenzó el concierto y la música lo inundó todo con sus mágicas notas. Guitarras, violines y chelos acariciaban los cinco sentidos de un público hipnotizado, que escuchaba extasiado aquella orgía musical de notas y acordes.

Pero entre los cientos de personas que aquella noche gozaban de aquel concierto, solo dos, que nunca se habían conocido, la sentían introduciéndose lentamente en su corazón. Él, sentado en tercera fila a la derecha, era la primera vez que escuchaba aquella música en directo y todavía no salía de su asombro ante el impacto emocional que le estaba produciendo. Completamente paralizado, incluso intentaba ralentizar el sonido de su respiración para que no contaminara aquellas bellas notas de contrabajos y flautas dulces, que viajaban nítidas y temblorosas hasta sus oídos.

Ella, sentada en la zona central, totalmente absorta del resto del mundo, se estremecía de puro placer al sentir como se erizaba su piel al paso de las notas del chelo, que lanzadas desde las cuerdas, impactaban en su piel como gotas de lluvia.

En ciertos momentos, y sin saber porqué, las melodías les obligaban contra su voluntad a cambiar de asiento. Y así, el operador de sonido que se hallaba en el altillo de la parte trasera del recinto, pudo observar como cada cierto tiempo, dos personas entre el público alejadas una de la otra, se levantaban y se volvían a sentar al unísono en diferentes lugares.

Llegó la última canción, la más dulce y bonita de todas. Jamás sonaron mejor los instrumentos, jamás se enredaron sus sonidos de forma más conjuntada y mágica. Al terminar la última nota, todo el público se levantó rompiendo en aplausos interminables.

Todo el público menos dos.

Ella, apoyando la cabeza en su pecho.

Él, abrazándola tiernamente.

Los dos, para siempre en un mundo diferente.


Sinuhé (Reeditions)

De eso que se vuelve inexplicable...


Morfeo comienza a acariciar mis párpados. Escucho un suave susurro…sssshhhh…no sé si proviene del sueño o de la realidad.

Entreabro levemente los ojos y veo una mortecina luz azulada brotando del interior del armario. La puerta se abre lentamente, solo un poquito, y aparece tu rostro iluminado y, en silencio, me haces señas para que vaya contigo.

Me incorporo en el borde de la cama, me levanto y me dirijo descalzo hacia tus brazos. Coges mi mano y me arrastras hacia ti y al cerrar la puerta ya no hay armario. Ante nosotros nace un sendero que serpentea por riscos escarpados hacía lo más alto de un acantilado desde donde se divisa un mar embravecido. Esta atardeciendo; negras nubes presagian en el horizonte la inminente tormenta.

Aromas de ozono y de tierras húmedas impregnan cada gramo de aire que absorbo. Me llevas de la mano por el sendero hasta lo alto del acantilado y allí, sobre una suave roca, esperamos juntos la tormenta. No existen sonidos, el viento azota el mar y gigantescas olas rompen contra las rocas vaporizando millones de litros de agua y de sal, pero no hay sonido… todo se produce en silencio… observo maravillado tu cabello que ondea como los campos de trigo en mayo. Acaricias mis manos… te demoras en ellas, en sus rincones.

Sobre el mar se aceleran las plomizas nubes y entre remolinos de azules y grises indisolubles comienzan a lanzar sus eléctricas lenguas de camaleón a la caza de incautos marineros. Ya llega. De repente el primer sonido…el sonido, el trueno, explosiona la atmósfera y su onda expansiva atraviesa nuestros cuerpos haciéndonos vibrar de pura emoción. Con el trueno renacen todos los sonidos silenciados y el zumbido del viento golpeando nuestros rostros y el estallido del mar contra las rocas se nos muestran ahora magnificados.

El fuerte viento lanza las primeras gotas que, como húmedos kamikazes se suicidan contra nuestros receptivos cuerpos. Apoyo mi cabeza en tu pecho y percibo con el tiempo casi detenido las pequeñas ondas que se crean en tu piel ante los fríos impactos. En el valle que crean tus costillas se forma un pequeño lago que crece lentamente alimentado por los pequeños fluyentes que bajan desde tus pechos, hasta que irremediablemente, se desborda y una primera gota abre el camino al resto hacia tu tembloroso ombligo, luchando contra el fuerte viento, que celoso, la hace zigzaguear a su antojo. Al final, la gota consigue llegar hasta tu ombligo y en el preciso instante en el que se introduce dentro, un relámpago, billones de vatios que dejan al resto del universo a oscuras, resplandece en el firmamento como nuclear explosión grabando a cincel tu ombligo en mis retinas.

Un segundo después estalla el trueno…me acurruco entre las mantas y escucho el azote de la lluvia contra los ventanales. En la oscuridad de mi cuarto sonrío empapado y cuando abro los ojos… ya no veo nada… tomo consciencia de que jamás volveré a ver nada… solo tu ombligo, levitando perpetuamente a veinte centímetros de mi.


Sinuhé