Al principio, solo fueron pequeñas sombras reflejadas en pequeños objetos. Un destello fugaz ante sus ojos en el vidrio de un vaso de agua, un sutil movimiento multiplicado por los prismas del cenicero en la mesa del salón, detalles que se le antojaban ilógicos en la natural reflexión de la luz que entraba por las ventanas. A veces, cuando estaba solo, podía comprobar cómo estando todo absolutamente estático a su alrededor, en algunos lugares, como los pomos niquelados de los armarios o en los cristales de los retratos sobre la estantería, algo se movía junto a él durante unas décimas de segundo.


Poco a poco, los reflejos pasaron a lugares más grandes y ralentizaron sus tiempos. Ahora, a veces incluso durante un par de segundos, algo sin forma definida seguía sus movimientos por la casa y tras la estela de su reflejo podía observar siempre el suyo. Se acostumbró a tener en todo momento las persianas totalmente subidas y al anochecer, encendía pequeñas lámparas que compró a propósito, en todos los rincones de la casa para no perder detalle de sus movimientos. Desde el principio, no sintió ningún tipo de miedo ante aquellos sucesos, más bien, sintió una gran curiosidad que aumentaba cada vez más con el paso del tiempo. Incluso sin darse cuenta, un día se descubrió contándole, mientras limpiaba el polvo de la librería, lo que le había parecido la última novela de su escritor favorito.


Una nublada mañana de septiembre, se mostró por fin ante sus ojos. Se lavaba la cara, y cuando alzó la cabeza la vio justo a su lado, en el espejo. Sus rasgos y sus perfiles eran de una opacidad traslúcida y blanquecina. Era la primera vez que la veía quieta, y en su quietud pudo descubrir su serenidad y su conciencia. Como en una foto con luz sobreexpuesta, los contornos de su cara, sus ojos y sus labios, se perdían con las toallas ocres que había colgadas tras de ella. Tras unos segundos de silencio, le pareció que aquel leve movimiento de sus labios fue una sonrisa, cuando le dijo que quizás lloviera aquella mañana.


Desde ese día, no volvió a verla nunca de una forma tan nítida y directa, pero su figura ha continuado siempre junto a él en todo momento. Cuando alguna noche ve la televisión, la observaba en el reflejo de la pantalla apoyando su cabeza en su hombro. En noches de luna, entre las pausas del sueño, mira el techo del cuarto y las aspas metálicas del ventilador le devuelven su etérea figura engranada en las ondulaciones de su cuerpo. Cuando cocina, le acompaña juguetona al compás de sus trajines en los brillos de copas y cacerolas. Incluso ahora, mientras escribe estas letras, percibe sus ojos curiosos y su sonrisa tras él.


Sabe que ella apareció junto a el por algún motivo, ha aprendido a interpretar en las vibraciones de sus reflejos sus estados de ánimo. A veces, adopta los suyos propios y cuando él está intranquilo o apenado por alguna causa, su perfil vibra y se difumina en tonos rojizos. Otras, cuando llega más alegre de lo normal, su color cambia a vivos blancos azulados y su brillo rebota en metales y espejos, inundando de cálida luz todas las estancias de su casa. Pero de igual modo, sabe que ella necesita de sus vibraciones como el de las suyas, y está aprendiendo a vibrar y a cambiar el color de su aura, para poder ser, allá en su dimensión lejana, el reflejo que la acompañe durante todos los días de su vida.

Sinuhé (Reeditions)