Erase una vez en un lugar muy lejano que había un reino. Un reino llamado imposible. En dicho reino, como en todos los reinos de los cuentos había un castillo, y en el castillo una bella princesa. El rey, viendo que su hija ya tenía edad para desposarse convocó a todos los príncipes de los reinos, cercanos y lejanos, para que su hija eligiera a su nuevo esposo.


La princesa, a la que desde pequeña se le había preparado para este momento, no se sentía feliz y lloraba en silencio porque no deseaba casarse. Lo que la princesa anhelaba era vivir en total libertad, sin ataduras de ningún tipo y sin tener que pasar el resto de los días enclaustrada en algún castillo.


Llegado el día de la elección, los apuestos príncipes esperaban en la gran sala de recepciones del castillo la aparición de la joven princesa. Pero la princesa, obedeciendo a su corazón y no a las reglas, decidió escapar del castillo y corrió adentrándose en los bosques sin saber muy bien hacia dónde ir. Llegó a un gran claro del bosque, donde un pequeño riachuelo había formado una gran charca, y donde las ranas croaban despreocupadas hipnotizando a las desprevenidas libélulas, que eran cazadas para alegría y gozo de las primeras. La princesa, se sentó a descansar en una roca junto a la charca y el cálido sol y el suave zumbido de los insectos hicieronla dormirse plácidamente. Mientras soñaba con imposibles libertades notó que algo rozaba sus labios y al abrir los ojos, observó que una rana la miraba fijamente a pocos centímetros de su rostro. Aquella no era una rana común, tenía unos enormes ojos azules, profundos y misteriosos que la miraban con expresión suplicante y desafiante a la vez. La princesa recordó los cuentos que de pequeña le contaba su madre, en los que ranas hechizadas se convertían en príncipes azules al ser besados por princesas.


Pensó unos instantes en la estupidez de creer en aquellos cuentos y con una triste sonrisa cogió en sus manos a la rana, dispuesta con aquel gesto a enterrar su infancia y su adolescencia y a admitir que su futuro estaba ya escrito y que no podía luchar contra eso. Cerrando los ojos, acercó la rana a sus labios y le dio un suave beso. En ese instante mil destellos de colores explotaron en su interior y todas las sensaciones posibles que se pueden experimentar recorrieron su piel y sus entrañas como un llameante ciclón. Lentamente, abrió los ojos y volvió a ver a la rana de mágicos ojos observándola sonriente. La princesa, sintiéndose extrañada por las sensaciones que había sentido, se arrimó al borde de la roca y observó su rostro en el reflejo del agua. Lo que vio no la asustó si no que la dejó maravillada. Una bella ranita se reflejaba ahora en las cristalinas aguas. La rana de los ojos azules se puso a su lado y suavemente le susurró al oído…bienvenida princesa, al reino de la libertad.

Sinuhé(Reeditions)