Parte 6ª.


Desperté en un cuartucho sombrío y escuetamente amueblado. Una pequeña mesa y la silla donde estaba sentado eran el único mobiliario de la extraña habitación. La pared que tenía enfrente era un enorme espejo, pero por más que rebusqué en la habitación no encontré ningún lavabo, ni váter… normalmente, en mi país, los espejos en las paredes solían estar en los lavabos públicos. Comencé a sospechar que en este país eran más raritos de lo que había imaginado en un principio…
De pronto caí en la cuenta de los meses que hacía que no me veía reflejado en un espejo y me costó mucho reconocer y admitir, al ver a aquel tipo barbudo y huesudo en el cristal, que era el mismo que tiempo atrás lucía bello y esbelto como el David de Miguel Angel. Me quité la sábana que llevaba a modo de toga para ver mi estado a cuerpo entero y al punto, unos gritos desgarradores de horror sonaron tras el espejo. Imaginé que los vecinos de aquel lugar estaban viendo alguna película de terror o de Almodóvar.
Segundos después, los gritos de horror surgieron de mi garganta, al girarme y comprobar que de mi espalda brotaban unos pelos gordos y marrones como hebras de coco. Mi enorme capacidad de razonamiento me llevó en décimas de segundo a la deducción de que por mi ingesta continuada de cocos, mis genes habían mutado en la oscuridad de la bodega de aquel barco y que me estaba convirtiendo… ¡En el hombre coco! Unas horas después me permitieron darme una ducha y respiré aliviado al comprobar que tan solo era roña que se había adherido a los pelos de mi espalda.
Unos tipos altos y serios ataviados con batas blancas entraron al cuarto y comenzaron a hablarme en un idioma que no entendía. Yo, suponiendo que lo que querían saber era como había llegado hasta aquel país y con la intención de ser lo más claro posible en mis explicaciones, intenté, pese al inconveniente del idioma, explicar de la forma más gráfica y onomatopéyica los últimos sucesos que había vivido.
A modo de introducción, me subí a la mesa y realicé unos cuantos movimientos maestros de mi danza del vientre, para que viesen que tenían en frente a un verdadero artista, cierto es que mi falta de atuendo y el tener que usar la larga barba a modo de sedoso pañuelo para la danza no eran lo más óptimo para tan sagrado ritual, pero al ver sus rostros ojipláticos supe que estaban captando la esencia de mi mensaje.
Luego, imitando el gruñido de los camellos y los gritos de pavo de la vieja arpía, resumí mi paso por el desierto Arábigo, por suerte, aún pude soltar un par de pedos para hacer más gráfica la escenificación de los hechos y de mis dolencias estomacales. Acto seguido, imitando los sonidos de la explosión del barco y haciendo aspavientos hacia el cielo, expliqué mi vuelo sobre el cielo de Nueva York y los sucesos posteriores.
Parece ser que fui bastante explícito en mis explicaciones y me entendieron a la perfección, porque ya no me preguntaron nada más. Simplemente se miraron y asintiéndose mutuamente y salieron del cuarto. Acto seguido, los tiarrones de negro me llevaron en volandas hasta otro lugar, donde me lavaron, afeitaron, cortaron el pelo y las uñas (esto segundo les llevó su trabajo), me perfumaron y me embutieron en un bonito traje plateado. Tras esto, me metieron en una especie de ascensor que comenzó a descender durante mucho rato. Los tipos, tras de mí, permanecían imperturbables, para romper un poco el hielo les canté los cuarenta y dos grandes éxitos de Manolo Escobar, Al principio no pareció gustarles mucho, pero al final acabaron palmeando mis canturreos.
Cuando el ascensor descendió hasta su destino, las puertas se abrieron y quedé maravillado ante lo que contemplé. En una gigantesca sala repleta de aparatos con muchas lucecitas de colores, deambulaban decenas de seres de las más diversas morfologías y colores, algunos con cabezas ovaladas y cuerpos grisáceos, otros con enormes piñatas babeantes… claro está que como venía de Arabia la sorpresa fue menor, porque por aquellas tierras habían gentes tan, o más raras que estas. Al punto pensé que aquel lugar era alguna especie de centro para superdotados, no por la presencia de todos aquellos seres si no por la mía, claro está. Mientras observaba el entorno, se me acercó un ser que me resulto hartamente conocido. Media como un metro de altura, de colores marronáceos, cuello larguísimo y una cabeza enorme con forma de pimiento. Levantando un dedo iluminado repetía frases como “mi casa” o “teléfono”. Enseguida caí en la cuenta, hacía años había visto a este ser en la televisión... ¡Acababa de conocer a Alf! Le sonreí… creo que aquello iba a ser el comienzo de una buena amistad.

Continuará…

Sinuhé G.