Cuando era niño recuerdo que mi padre sufría con frecuencia de dolores de cabeza y migrañas, aunque pasado el tiempo no identifico los síntomas que el padecía con el resto de gente que he conocido hasta el momento con esos mismos problemas. En los días que decía sufrir las migrañas se le notaba más alegre que los demás, mis hermanos y yo pensábamos que aquellos dolores debían de afectarle alguna zona del cerebro que le hacían sentirse tan bien.

En esos días, mi madre se apresuraba a prepararle aquel remedio casero que tan bien recuerdo. Batía un par de claras de huevo y les añadía la ralladura de un limón, un chorrito de vino, un poco de canela, otro chorrito de orujo y unos granos de pimienta.

Mi padre se lo metía al coleto de un solo trago y al ratito se iba a dormir, supongo, para que la poción surtiese efecto con más celeridad.

Cuando a nosotros nos dolía la cabeza le reclamábamos a nuestra madre un poco del elixir mágico, pero ella siempre se negó argumentando que era demasiado fuerte para el estómago y que éramos muy pequeños para tomarlo.

Aquellas noches en las que mi padre tomaba el remedio, el somier de su cama se oía rechinar en todo el barrio. En nuestra habitación mis hermanos y yo nos compadecíamos de él imaginando que aquel potingue milagroso en realidad le quitaba las migrañas, pero que en contrapartida le provocaba sueños alucinógenos que le hacían removerse ruidosamente en la cama a la par que emitir extraños gemidos lastimeros. Tal eran los malos sueños que padecía que por las mañanas siempre se levantaba más tarde de lo habitual, aunque con una sonrisa de oreja a oreja.

Pasaron así los años y un día, al poquito de casarme, llegué una tarde a casa con un terrible dolor de cabeza y recordé la formula de mi madre. No lo dudé ni un instante y me dispuse a saborear y a comprobar en mis propias carnes aquel mejunje que tantas veces me fue negado en mi infancia. Me lo tomé al estilo de mi padre, de un solo trago y al rato, me fui a la cama para que surtiera efecto. En realidad el dolor de cabeza no me llegó a desaparecer del todo, pero en su defecto, mi miembro viril lució en todo su esplendor durante más de dos horas. Mi mujer, un tanto sorprendida, corrió a anotarse la receta por si algún día me fallaba la memoria y aquello quedaba en el olvido.

¡Que cabroncetes mis padres!! Ahora lo entiendo todo, ya me parecía un poco raro tantos años de dolores de cabeza tres días por semana y no acudir jamás al médico para hacérselo mirar. Aunque a parte, supongo que algún efecto más tendrá la fórmula, porque todavía ahora que los dos pasaron de los setenta, mis padres continúan lozanos y vivarachos e incluso algún día, cuando les hago una visita, veo sobre los bancos de la cocina restos de limón y canela, supongo que el pobre hombre, aún no se curó del todo de sus jaquecas.



Sinuhé