Ella lo veía todos los días al salir de clase a través de aquellos enormes cristales. Sus amigas se reían de ella y decían entre risas que se había enamorado de un viejo, pero a ella eso le traía sin cuidado y no había tarde en que las huellas de sus quinceañeras manos no quedaran marcadas en el vaho de aquellas ventanas.

A través de los gruesos vidrios se filtraba dulce la voz de Gardel hasta sus oídos y mientras lo observaba bailar, imaginaba que aquellos tangos se habían escrito expresamente para que aquel hombre los bailara. Las mujeres revoloteaban entre sus brazos de forma inconsciente e incluso en algunas ocasiones a ella le parecía ver como las carnes de aquellas hembras se evaporaban en el interior de sus ropas y tan solo quedaban las telas volátiles enredándose desvergonzadas entre las piernas de aquel hombre.

Pero a ella eso no le iba a suceder y aquel día, cuando todas las alumnas se habían marchado ya y las luces se iban apagando, entró, y mientras se dirigía hacia él, se desprendió de toda su ropa y con tan solo sus zapatos negros de baile, se dispuso a que aquel hombre la hiciese bailar el primer tango de su vida.

Sinuhé (reeditions)